Resulta obligado hacer también mención del conjunto de exvotos del Cigarralejo, en Murcia, donde se ubicó un santuario posiblemente destinado a deidades que protegían la raza equina, o a los relieves procedentes de Osuna, que configuraron ya un cambio evidente hacia una época de transición entre los siglos III al I a.C., y en la que ya se observan transformaciones plásticas hacia una evolución de influencia romana.
Pero, sin duda alguna, la obra más famosa de la escultura ibérica es la llamada Dama de Elche, descubierta en 1897, y gracias a la cual el arte ibérico es conocido mundialmente. Esta estatua simboliza toda la cultura ibera, como si ella sola fuera capaz de caracterizar las esencias de su mundo; quizás ésta sea una opinión en extremo superficial, pero es cierto que es la pieza más valorada y célebre de su época.
Hasta la aparición de la Dama de Baza, la Dama de Elche, fechada en el siglo VI a.C., se consideraba la obra cumbre de este arte. Ambas son una versión de la diosa Tanit, equivalente a la Astarté fenicia, versión semita de la Ishtar babilónica, diosa protectora de la fecundidad, de los animales, del hombre y de la vida en sus más variados aspectos. Traída a Occidente por los fenicios, fue muy venerada entre iberos y turdetanos, como lo indican otras estatuillas de diosas, entre las que destaca la Dama de la Galera (Granada), del siglo VII a.C A esta protecto-ra de la fecundidad se la representó varias veces alada en la cerámica de Elche, sola o acompañada de caballos, de diversos animales o de motivos vegetales, como Astarté en el Oriente.
La Dama de Elche acusa influencia griega en diversos elementos: los rodetes para recoger el cabello también han sido encontrados en algunas terracotas áticas del siglo VI a.C.; la distribución del ropaje sobre el cuerpo recuerda los mantos de terracota de Rodas, hallados en Baleares, y la ejecución del rostro está realizada al estilo griego, con un gran realismo y encanto hierático. Todos los amuletos que lleva sobre el pecho son de origen fenicio y aparecen ya en los collares de la Aliseda (Cáceres), obra de artistas indígenas que trabajaban hacia el 600 a.C., y que se repiten en la Dama de Baza y en otros exvotos de piedra y bronce. Precisamente esta mezcla de elementos de diversa procedencia es una característica básica del arte ibero.
La Dama de Elche era muy probablemente una escultura sedente, pero le falta toda la mitad inferior de la pieza. El hueco que se puede observar en la espalda tenía como función guardar las cenizas del difunto, al igual que el de la Dama de Baza. En Elche trabajó, a finales del siglo V y durante el siguiente, un taller de escultores que han dado piezas de gran calidad y finura, aunque muy mal conservadas.
La Dama de Baza (siglo IV a.C.) es una obra más provinciana que la de Elche, de ejecución menos fina en facciones y manos, y muy recargada de joyas. Algunos elementos de su atuendo, como los vestidos, son indígenas y recuerdan los mantos de varios colores de las nativas. El trono en que se asienta es de origen griego y también tiene influencias etruscas por el hecho de que se utilizara como urna.
El Cerro de los Santos y Llano de Consolación son otros dos santuarios que parece que inauguraron el declive de la influencia griega y que se imponen libres de imposiciones extrañas. Son piezas de gran esquematismo formal y de aspecto muy primitivo.
Otra de las técnicas utilizadas por los íberos fue la de los bronces votivos: estatuillas de hombres, animales y mujeres cuyo tamaño oscila entre 4 y 12 centímetros, realizadas sobre metal. Se ejecutaban con la técnica de la cera perdida, y la utilización del metal parece muy lógica si se recuerda que disponían de grandes cantidades de bronce. Entre las desembocaduras del Ebro y del Guadiana se conoce una treintena de localidades en las que han aparecido bronces, de los cuales pueden ser destacados los santuarios de la provincia de Jaén, el Collado de los Jardines, Despeñaperros, Castillar de Santisteban y, sobre todo, Nuestra Señora de la Luz, donde se encontraron diversas piezas que representan jinetes.
De este mismo material se realizaban armas que tenían como finalidad ser objetos destinados a las ceremonias o actos funerarios, como las falcatas, que, llenas de ornamentos e incrustaciones de metales preciosos, tenían forma de sable ibérico. Con esta técnica se realizaron también joyas de enorme belleza y páteras provistas de una decoración muy rica, producto de una curiosa síntesis entre elementos griegos y otros de carácter indígena.

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