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Historia del Arte

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Auguste Rodin

Auguste Rodin (1840-1917), nacido en París, en humilde cuna, tras haber estudiado en una escuela preparatoria fracasó, en 1854, en el examen de ingreso en la Escuela de Bellas Artes, y hubo de ganarse la vida ejerciendo el oficio de ornamentista. Por un momento creyóse con vocación religiosa e intentó ingresar en la orden de los Padres del Santísimo Sacramento. De hecho, el busto del Eymard, fundador de aquella congregación, fue su primera obra en 1863.

Superada aquella crisis, su personalidad fue afirmándose muy lentamente; siguió algunos cursos en el Museo del Louvre, bajo la dirección de Barye, pero sintió más la influencia de Carpeaux y de A. Carrier-Belleuse (1824-1887), escultor que trabajó en la manufactura de Sévres. Junto a él permaneció veinte años como auxiliar bocetista, sin poder realizar obra personal alguna.

Por fin, en 1875, tras un viaje a Florencia, modeló su primera gran escultura, el patético desnudo masculino, en bronce, titulado La Edad del Bronce, que, al ser objeto de vivas discusiones en el Salón de 1877, atrajo la atención del público hacia su autor. De 1879 data su segunda gran obra, San Juan predicando. Comenzó para él entonces una etapa sumamente activa, en la que realizó bustos, monumentos y grandes composiciones: el grupo en bronce de Los burgueses de Calais (1884-1895), el monumento a Víctor Hugo (1886-1895), el de Balzac, quizá su obra que más justifique la consideración de su escultura dentro de una tendencia impresionista (1897-1898).

Esta potente escultura fue rechazada ruidosamente por la Société des Gens de Lettres en 1898, y demuestra con toda claridad, por parte de su autor, la voluntad plástica de mantenerse fuera de los moldes tradicionales.

Siguió modelando después numerosos retratos, y vivos y palpitantes bocetos de estudio (de desnudo femenino, en su mayoría), junto a la producción de maravillosos diseños acuarelados, rebosantes de nervio, sensualidad y dinamismo.

Pero desde entonces Rodin pudo, sobre todo, dedicarse a la realización de su gran sueño, la monumental Puerta del Infierno, inspirada en el texto de Dante y en la que debían destacar gran número de figuras, muchas de las cuales ya había ejecutado con anterioridad: Adán, el Pensador, las Sombras (1880), Eva (1881), El Conde Hugolino (1882), El Beso o Paolo y Francesca (1886), el Dolor (1887).

A partir del año 1900, en que se celebró una exposición de 168 esculturas suyas, la gloria de Rodin llegó a su cenit. La mayoría de sus obras se hallan en la que fue su residencia en París (el antiguo hôtel Biron), hoy Museo Rodin.

Para Rodin, como para Leonardo, tuvo siempre gran importancia la forma. Acariciaba la belleza del cuerpo humano con un apasionamiento que a algunos pudo parecer grosería de sátiro, pero que, para los iniciados, es indicio de un amor intenso a la persona humana per se.

Su vida errante en París, con sus tres talleres repletos de obras colosales, su apariencia barbuda de profeta panteísta, las polémicas levantadas acerca de su arte, pesaron mucho en su fama, pero es su labor de escultor (en la que se cuentan tantas obras maestras) lo único que de él aquí nos interesa.

En sus últimos años trató de fijar por escrito algunas de sus ideas, y su último libro sobre las catedrales góticas, lleno de croquis admirables, denota enorme entusiasmo por el arte medieval francés.

En otro escrito explica su manera de interpretar la naturaleza: «El movimiento es la transición de una actitud a otra; las figuras no deben envararse en una postura fija. Un vaciado es menos natural que una de mis esculturas; yo guardo en mi memoria la «pose» mejor que el propio modelo, y además yo le presto vida interior».

Auguste Rodin
La caída de Auguste Rodin (Musée Rodin, París). En esta escultura de Rodin se puede apreciar la clara influencia de Miguel Ángel, sobre todo sus obras de los esclavos, que se creían obras acabadas pero hoy se reconoce que estaban inconclusas.

El hecho de dejar parte de al escultura sin pulir, como en las obras citadas de Miguel Ángel, fue todo un escándalo en la época, ya que no le veían la belleza.

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