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Historia del Arte

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Eduard Manet II

Muy distintos, y diferentes entre sí, son dos lienzos de 1860. Uno de ellos, retrato de los progenitores del pintor, pertenece a la familia Rouart, descendiente de los retratados. El padre, anciano, muestra un rostro severo y fruncido, bajo la negra calotte que cubre su calva, mientras la madre (en esta pintura oscura, pero con reveladoras claridades) aparece abstraída en pensamientos que no parecen muy halagüeños.

La otra pintura a que ahora se hace referencia, de dimensiones reducidas y tema multitudinario, es Música en el Jardín de las Tullerías (Tate Gallery), abocetado estudio de un ambiente al aire libre. Bajo los árboles, durante el intermedio de un concierto público dado en el Jardín de las Tullerías, damas, niñas con sus ayas, y caballeros se esparcen, apiñan y alejan en profundidad, en esta obra llena de movimiento.

Son bastantes los retratos de varones que en esta pintura se han podido identificar. Así, en un grupo que en segundo término forman tres caballeros que conversan animadamente, se descubre a la izquierda, a Charles Baudelaire, el poeta y crítico que en los últimos años de su vida -murió en 1867-se constituyó en apologista de Manet, y a su lado, barbudo y con gafas, aparece Théophile Gautier. El compositor Offenbach, Eugéne Manet, los críticos Champfleury y Zacharie Astruc, el pintor Fantin-Latour, etc., figuran en esta obra, en cuyo ángulo izquierdo está el propio autor, detrás de su amigo Albert de Balleroy.

Anteriores a 1862 son ya algunas obras que demuestran predilección por temas españoles, aspecto que se manifestará con las características de la espagnolade en otras pintadas poco antes de que se produjesen los escándalos en torno a Déjeuner sur l’herbe (1863) y Olympia (1865). Conviene destacar dos de ellas que traducen devoción por Velázquez: Chanteur espagnol, de 1860, y el Niño de la espada, de 1861 (ambas actualmente en el Museo Metropolitano). La figura de aquel «cantaor» que tañe su guitarra, al ser expuesta por Manet en el Salón de 1861 junto con el retrato de sus padres, le valió una «mención». Gautier, dando suelta a su hispanofilia, encabezó con un sonoro ¡Caramba! el encendido elogio que publicó de ella. En cuanto al Niño de la espada, es un retrato velazqueño de León Koélla-Leenhoff, que entonces contaba apenas 10 años.

Con estas obras inauguraba Manet otro importante período de su carrera. Esto acontecía en 1862, año en que, además de terminar El viejo músico, pintó obras sugeridas por la actuación, en el Hippodrome de Paris, del ballet español que dirigía Mariano Camprubí, cuya primera estrella era Lola de Valencia. Del retrato de esta bailadora, y de algunas otras obras suyas anteriores, extrajo entonces Manet la serie de 8 aguafuertes con que inició su notable labor como grabador.

El retrato de ese «joyel rosa y negro» alabado por Baudelaire es una obra capital de toda la pintura moderna; en él, bajita y garbosa, Lola de Valencia aparece en una encrucijada en la que Manet coincide con Delacroix y con Goya. Este lienzo (legado al Louvre en 1911 y hoy expuesto en el Musée d’Orsay) formó parte de los adquiridos a su autor, en 1878, por el cantante Faure. Su «iluminación» es la característica de muchos retratos goyescos, y a Goya recuerdan, también, la colocación de los pies, la corta y acampanada basquina, el brazo con la pulsera, y la mano que sostiene, caída, el abanico entreabierto, así como la mantilla y la hábil transparencia del tul que cubre el corpiño. El fondo de este cuadro fue primeramente monocromo; después (quizá cuando el barítono Faure lo adquirió) su autor pintó en él la bambalina escénica que presta a esa obra tanta «actualidad».

Indudablemente, lo goyesco domina en este retrato; aunque subsisten algunas dudas acerca de si los indicios derivados de Goya que se manifiestan en Lola de Valencia, al igual que en el cuadro, de abocetada factura: Ballet espagnol (Philips Memorial Gallery, Washington) -en el que la totalidad de aquella troupe coreográfica aparece, con Lola sentada y Camprubí actuando en primer plano con su pareja-, sean debidos a un estudio directo del maestro español, o provengan de su imitador, el madrileño Eugenio Lucas y Padilla, quien celebró en París, en 1854, una exposición exclusiva de sus obras, visitada por la emperatriz Eugenia, y de la cual se hizo eco la prensa parisiense.

pintura impresionista
Olympia de Edouard Manet (Musée d’Orsay, París). Este desnudo, pintado en 1863 al ser expuesto en 1865 junto con Déjeneur sur l’herbe, causó el más virulento escándalo que jamás se desencadenó contra Manet. En 1890 Claude Monet abrió una suscripción pública para ofrecer al Estado este lienzo, que no ingresó en el Louvre hasta que en 1907 Clemenceau ordenó taxativamente que así se hiciera.

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