En principio, lo que luego se llamó impresionismo estaba ligado a un grupo disperso de artistas que en sus inicios carecía de nombre.
Considerados radicales y descarados, su obra constituía una reacción contra los pintores venerados por el establishment.
Su interés fundamental era registrar impresiones, capturar la luz, las sensaciones y la fugacidad del instante.
Si bien la intención común era clara, no fue hasta 1874 cuando, a raíz de una exposición, se acuñó el nombre, adoptado del título de un cuadro de Monet, Impression, Soleil levant (Impresión, amanecer), de 1873.
Pintar de forma impresionista significa representar lo visto con los propios ojos, la realidad tal y como aparece ante la mirada del artista.
El centro de la atención es la vida cotidiana, antes el ocio que el trabajo, el cielo, el mar, los paisajes.
Los impresionistas tienen especial interés por los rasgos dinámicos de la realidad, en la que se pueden observar cambios rápidos, transformaciones y movimientos, luces y colores.
Se inclinan por los tonos luminosos, destacando cómo la apariencia cromática de un objeto cambia según el entorno o la iluminación.
Los impresionistas descubrieron que se da una impresión más intensa y clara de un color cuando se juntan en la superficie del cuadro manchas de otros colores puros, que se mezclan en los ojos del observador.
Lo que legitimaba su quehacer era experimentar y desarrollar una nueva manera de ver, por lo que el tema elegido carecía para ellos de verdadera importancia.
