En estos cuadros figurativos es donde se concentra de un modo más claro su concepción rigurosamente arquitectural de la composición. También durante esta fase realizó algunos retratos con lenta y penosa actividad, como el de Gustave Geffroy (1895).
El que intentó hacer del marchante Vollard, desde entonces su amigo, no pudo terminarlo; a pesar de haberse ocupado durante innumerables sesiones tuvo que renunciar, finalmente, a proseguirlo. Todos sus cuadros de una figura que por aquella época realizó denotan esa trabajosa penetración, propia de su escrupulosa exigencia; por ejemplo, el caso de la Vieille au chapellet, que de una colección francesa pasó a la Galería Nacional de Londres.
El mismo rigor arquitectónico es discernible en los lienzos paisajísticos de este gran período de su arte. Sabemos cómo procedía entonces para elaborar esas pinturas. Sentado ante el paisaje, antes de trasladar al lienzo el «motivo» se ponía a estudiarlo cuidadosamente, atendiendo a los valores plásticos y escalonando los planos sucesivos, cuya situación exacta subrayaba matizando con un colorido de tonos finos, aplicado mediante apretadas series de pinceladas paralelas (verticales u oblicuas) a modo de los sombreados de un apunte al lápiz. Árboles, casas, postes, chimeneas, constituían para él otros tantos acentos rítmicos que era preciso subordinar a la unidad del cuadro.
Por fin, en 1904, le dedicaron una sala en el Salón d’Automne, y ésta fue su consagración.
En 1899 había vendido el Jas de Bouffan y desde entonces habitaba un pisito en el interior de Aix, con una sirvienta, mientras su esposa e hijo vivían en París. Hasta sus últimos días conservó el hábito del trabajo, y de ordinario salía diariamente a pintar al campo; a tal objeto se había hecho construir en las afueras de su ciudad natal un pequeño estudio donde guardaba sus materiales.
Durante el otoño de 1906, mientras estaba pintando al aire libre, un chaparrón imprevisto le dejó calado, lo que le provocó una congestión. Se le condujo rápidamente a su casa, donde moría pocos días después. He aquí la obra y la vida de Cézanne comentadas muy brevemente. La vida no contiene más caracteres de dramatismo que los inherentes al temperamento (en verdad un poco singular) de alguien que, como le ocurrió a Van Gogh, poseía lo que ahora se ha dado en llamar un message, al que con penas y fatigas logró dar expresión.
La obra aspiró a devolver a la pintura valores esenciales que desde largo tiempo estaban olvidados. Respondía a una visión lúcida, y si no consiguió en todos sus aspectos los altos fines propuestos, esto no fue culpa del pintor, que puso en ella cuanto le fue posible. Las derivaciones que después se dieron a su actitud, tampoco podían depender de él.
Los jugadores de cartas de Paul Cézanne (Musée d’Orsay, París). Esta obra plenamente figurativa, en la que alienta el expresionismo, es decir, la solidaridad del pintor con el sujeto pintado. Las formas se representan simples y contundentes, con colores sobrios y donde la amplitud de la gama se ve reducida a un número muy bajo. Los contornos de las figuras están reseguidos en color negro, aislándolas del entorno en el que se encuentran.
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