Todo el esplendor sumerio debió ser destruido hacia el año 2470 a.C. por los semitas nómadas, los «cabezas negras», instalados en la zona central de Mesopotamia desde principios del III milenio. El vencedor fue un guerrero semita de origen humilde que se hizo coronar con el nombre de Sharrukenu (rey legítimo). De ese nombre deriva el de Sargón, con que normalmente lo designamos. Para diferenciarlo del asirio Sargón, del que tratará el capítulo próximo, se le llama Sargón de Akkad, lo que alude al país de los semitas, de donde procedía.
Estos semitas o acadios dominaron Mesopotamia durante dos siglos, y pudieron haberlo hecho por más tiempo si sus reyes hubieran mantenido el poder férreo de Sargón y sus inmediatos sucesores.
Hacia el 2470 a.C. los semitas de Akkad, guiados por Sargón, conquistan, no sólo la zona de Sumer, sino toda Mesopotamia y Siria hasta el Mediterráneo. Sargón creó un aparato burocrático mucho mayor que el que ya existía y quiso potenciar la idea de adoración al rey como un rey-dios en vida.
Otra de las modificaciones que introdujo el rey en su reinado fue la lengua oficial, que pasó a ser el acadio, una lengua semita. No cambió los dirigentes de las ciudades sometidas y sólo nombró nuevos mandatarios en las ciudades conquistadas o de nueva fundación.
Entre el reinado de Sargón y el de Naram-Sin existió un período gobernado por los reyes Rimush y Manishtusu, momento en el que el Imperio consolidó sus fronteras. Naram-Sin pasó a denominarse «rey de las cuatro regiones», tal era su grandeza de poder y tan amplio su territorio conquistado.
El arte acadio tiene las mismas características de su política. Desde el primer momento, los príncipes acadios tuvieron el acierto de presentarse como continuadores de los monarcas sumerios, y el arte de este período demuestra que no hubo ningún corte en la civilización. Sólo el espíritu semita aporta una sensibilidad y una fantasía que alejan la rigidez, el duro hieratismo de los sumerios.
Los acadios adoptaron también la escritura cuneiforme de los sumerios, pese a que debió costar gran esfuerzo escribir una lengua semítica con aquellos signos inventados para un idioma completamente distinto. Lo que más cambió fue la moda: toda la población empezó a dejarse crecer el pelo y a usar grandes barbas. Eran señal de fuerza que caracterizaban a los dioses y a los reyes.
Esta continuidad política y artística del período acadio se hace visible desde las obras que datan de su primer soberano. Sargón de Akkad hizo esculpir el relato de sus victorias en una estela de diorita, uno de cuyos fragmentos se conserva actualmente en el Musée du Louvre. Allí se aprecia la procesión de prisioneros, buitres y una gran red, los mismos temas usados en la estela del sumerio Eannatum.
Mucho más importante es la estela de Naram-Sin, nieto de Sargón, también en el Louvre. Fue hallada en Susa, adonde había sido transportada desde el país acadio, mil años más tarde, como botín de guerra. Es un bloque de arenisca rosada que ha sufrido algo por la erosión, pero aún está lo suficiente bien conservado para que haya sido considerado como una de las obras maestras de la plástica del Oriente antiguo.
Aquí también, como en la «estela de los buitres», se narra una victoria militar, pero, mientras el relieve sumerio se impone a la contemplación por su rigidez lógica que aspira a la máxima claridad, la estela de Naram-Sin destaca por su fantasía creadora que hace que se vean dos ejércitos donde no hay más que quince personajes: ocho en un bando y siete en otro.
El rey Naram-Sin está en lo alto y usa un casco con dos pares de cuernos, como los que hasta entonces sólo se habían visto sobre las cabezas de los dioses. Victorioso, pisotea los cadáveres de dos vencidos y se apresta a matar a otros dos: uno, de rodillas, ya está atravesado por una lanza; el otro, aún de pie, junta las manos suplicante. Los guerreros acadios que acompañan al rey avanzan en doble columna hacia arriba, mientras los enemigos yacen en el suelo o huyen. En lo alto, brillan dos estrellas, símbolos astrales de las divinidades propicias al vencedor.
La fantasía y la libertad aportadas al arte mesopotámico por los acadios introdujeron también cambios análogos en la religión y, naturalmente, en las representaciones religiosas. Hasta entonces, los dioses sólo habían intervenido muy discretamente en el campo del arte, ahora en cambio, en manos de artistas semitas, aparecen con frecuencia. Shamash, el dios solar, e Ishtar, la diosa de la guerra y del amor, son figuras que empiezan a hacerse familiares y esta familiaridad aumentará en las producciones artísticas del período babilónico, nueva etapa de preponderancia semita, de la que tratará en el capítulo próximo. Las figuras celestiales con cuernos, masculinas o femeninas, abundan cada vez más.
Con frecuencia aparecen en tabletas de arcilla, con un carácter activo, extrañamente próximo a los humanos, como las abundantes representaciones de diosas que andan sublimemente cubiertas de cuernos y con una túnica de flecos de lana que recuerda el viejo kaunakes de los sumerios. A veces llevan en una mano o en ambas cetros simbólicos de difícil interpretación.
Igual impresión de libertad y fantasía nos proporcionan los cilindros de piedra que se utilizaban para sellar las tabletas de arcilla en las que se escribían todos los textos: poemas, epopeyas religiosas, leyes, correspondencia privada o simples cuentas de comerciantes e inventarios. Sustituían a la firma que se pone al pie de un texto. Los sellos más antiguos son piedras talladas planas o ligeramente convexas que producían una impresión al comprimir la arcilla tierna.
Pero muy pronto empezaron a usarse sellos cilíndricos que, rodando sobre la arcilla, desarrollaban una imagen repetida tantas veces como giraba el cilindro. De este tipo era ya el llamado Cilindro de la Tentación, sumerio, del III milenio a.C. Se trata de un cilindro de piedra, cuyos relieves en negativo, al ser impresos en arcilla, muestran un hombre, una mujer, un árbol y una serpiente. Esta pieza pertenece al III milenio a.C, y, pese a que evoca bastante bien la escena del Edén bíblico, los especialistas opinan hoy que no representa la historia de la primera pareja humana tal como la refiere el Génesis.
En manos de los acadios semitas esta vieja costumbre mesopotámica proporcionó verdaderas obras maestras del relieve que, si fuese mayor su tamaño, ocuparían un lugar preeminente en los museos. La escala minúscula en que fueron realizadas y el hecho de que se trata de grabados hundidos, «en negativo», para que produzcan una huella en relieve, aún hace más notable su perfección. Tales joyas artísticas sólo pueden ser estudiadas haciendo ampliaciones fotográficas de sus pequeños relieves impresos en cera o en arcilla. En ellos, los dioses y los hombres mesopotámicos aparecen con una familiaridad que no se encuentra en los relieves monumentales.
El intermedio acadio sólo duró dos siglos. Hordas de guerreros feroces, procedentes de las montañas del Nordeste, destruyeron, hacia el 2285 a.C, el Imperio creado por Sargón de Akkad. Es una historia que se repite a menudo en Mesopotamia, tierra fértil, entre ríos. En este caso, los invasores fueron los guti. Se sabe poco de ellos, pero es seguro que en esta época las viejas ciudades sumerias, Uruk, Ur y Lagash alcanzaron una autonomía que jamás habían tenido bajo el dominio acadio y, finalmente, lograron una nueva situación política, un estado de cosas que puede considerarse como un retorno a la situación anterior al dominio acadio. Es el período que se llama -por esta razón- neosumerio y que alcanza hasta la caída de Ur, hacia el año 2015 a.C., bajo una nueva invasión semita.

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