Los frisos y molduras decoradas del monasterio de Qal’at Simaan se han comparado a las decoraciones del palacio de Diocleciano en Split (Croacia), también conocido en Occidente por el nombre italiano de Spalato, del siglo III, por tanto anterior a la construcción de estos edificios de la Siria Central.
Así pues, resultaría que treinta años antes de la fundación de Constantinopla, cuando Diocleciano construía su palacio en Dalmacia y sus termas en Roma, la arquitectura imperial evolucionaba en la misma tendencia que más tarde tuvo definitiva perfección en los monumentos de Siria. No obstante su anterioridad, cabe la duda de si los edificios de la época de Diocleciano no podían haber sido dirigidos por arquitectos asiáticos y sus decoradores ser obreros importados de Siria.
Parece algo temerario insistir: el palacio de Split y las termas de Diocleciano en Roma son más antiguos y hasta de mayor monumentalidad; pero en cuanto a la decoración escultórica, las dudas ya no son posibles: en el palacio de Split las formas vegetales aparecen interpretadas con el estilo seco y espinoso de Oriente, más geométrico que el de la antigua decoración romana.
En el conjunto de Qal’at Simaan se encuentran las ruinas de la basílica de Kharab Shems, construida en el siglo V, y en la misma región del norte de Siria despliegan su sentido de la monumentalidad, con un vocabulario formal que encontraremos siete siglos más tarde en el románico de Occidente, las basílicas de Turmanin y de Qalb Luzeh.
Al primer libro de Melchor de Vogüé sucedió, con intervalo de veinte años, la obra colosal de Brünow, titulada Provintia Arabia. Este era el nombre genérico con que los romanos designaban las varias regiones de Siria, en el extremo oriental de su Imperio.
Los viajes y el libro de Brünow tuvieron por objeto estudiar, no sólo los monumentos cristianos, sino también los campos de las legiones, las vías militares, los teatros y basílicas que la administración romana se había esforzado en edificar para establecer en el desierto una población adicta que la defendiera de las invasiones de los reyes partos.
El perpetuo campo de batalla del Imperio romano que fue el Éufrates estaba salpicado de recintos militares, con murallas defendidas por torres, y casi paralelamente, señalando la frontera, se levantaban los castillos de los reyezuelos partos, desafiando a los latinos con la suntuosidad decorativa de sus estilos orientales.
Tres elementos estuvieron allí en prolongado contacto: los cristianos de Siria, que se extendían hasta los límites del desierto; los campamentos romanos de las legiones, que los defendían, y los castillos partos, que los enfrentaban. Los tres grupos se comunicaron sus gustos y procedimientos constructivos. Ahora, pues, ya no nos extrañará que las formas de las cúpulas persas hayan llegado a Siria y de allí pasado a Bizancio, ni que los relieves y la decoración de los estilos cristianos demuestren conocer las fantasías de los entrelazados y las cálidas complicaciones decorativas de Oriente.
Resulta perfectamente comprobado, pues, que el Oriente romano fermentaba con entusiasmo creador en los primeros siglos de la Era cristiana. Obras de arte y artistas llegaban profusamente hasta la misma Roma, pero los centros capitales eran Efeso, Seleucia, Antioquía, Jerusalén, Bosra y Palmira en el desierto.
En una de las muchas ruinas de esta época que existen en Siria, las de la ciudad de Madaba, puede verse en el suelo de una iglesia un mosaico geográfico, con la visión en perspectiva de toda esta tierra cristiana llena de ciudades. La forma de Jerusalén es elíptica, rodeada de murallas con torres; una calle ancha, porticada, va de un extremo a otro; debe de ser la Vía Recta de los peregrinos, que empezaba en la puerta llamada aún de Damasco.
En esta calle se ve un edificio levantado sobre gradas, con tres puertas, que debe de ser la iglesia del Santo Sepulcro. Otra vía que forma ángulo, con pórtico sólo a un lado, debe de ser la Vía Dolorosa.
El grupo de edificios cristianos edificados en Jerusalén por orden de Constantino y bajo la vigilancia personal de su madre Santa Elena fueron reproducidos más o menos exactamente en mosaicos y marfiles. El templo del Santo Sepulcro construido por Constantino estaba en un recinto rectangular rodeado de pórticos y hospederías. En el centro había dos edificios: uno de planta latina, basilical, llamado el Martirión porque se suponía edificado sobre la roca del Calvario, y otro de planta circular encima del lugar del Sepulcro, que se imaginaba vecino al del Gólgota.
Este segundo edificio, llamado Anastasis porque del Sepulcro bajó Jesús al Hades o Seno de Abra-ham, era ya típicamente oriental. La tumba estaba en una gruta, en el centro, debajo de una cúpula sostenida por doce columnas. Destruido el templo del Sepulcro por incendios y restauraciones, actualmente está convertido en una absurda iglesia con capillas para todas las sectas cristianas; pero todavía se distinguen las formas de templo circular y de basílica acumuladas en un solo edificio.
En lo alto del monte de los Olivos edificaron también Constantino y Santa Elena una gran iglesia en el lugar tradicional de la Ascensión. Era un edificio asimismo de planta poligonal y que debía de semejarse a la catedral dorada de Antioquía. Los monumentos de Jerusalén, admirados por los peregrinos, fueron descritos en los relatos de sus viajes, lo cual originó imitaciones con pobres materiales en las naciones del Occidente latino.
El otro centro fundamental de producción artística en los primeros tiempos del cristianismo fue el viejo Egipto. Alejandría mantenía con Roma relaciones más íntimas acaso que las capitales de Asia. Al parecer, algunos objetos de arte suntuario cristiano hallados en Occidente, fueron producidos en Alejandría, recogiendo las últimas inspiraciones del arte helenístico, que en esta ciudad tuvo un centro principal. Pero, para encontrar en Egipto edificios cristianos con estilo propio, hay que remontarse hasta el arte copto, de los monjes famosos de la Tebaida. La palabra copto deriva del árabe Qubt, forma corrompida del griego Aigyptios (egipcio).
Egipto permaneció adicto a sus antiguos conceptos religiosos hasta el siglo III; y su conversión al cristianismo parece que fue más por rebeldía al Imperio romano que por convicción piadosa. Asimismo, Egipto dio principio a la vida monástica, que primero se propagó por Oriente y después por el Occidente latino. Antonio y Pablo, con su discípulo Macario, se consideran los grandes fundadores del monaquismo cristiano. Los cenobios coptos de la regla de Schenudi son los antecesores de los monasterios de benedictinos y basilios en Occidente y Oriente.

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