Casi todos estos cenobios debidos al proselitismo monacal irlandés desaparecieron a consecuencia de incursiones de los vikingos, durante los siglos VIII y IX. En Gran Bretaña, en Northumbria, el primero que fue destruido por esta misma causa, en el año 793, fue el de Lindisfarne.
En 801, los vikingos saquearon Iona y los monjes que lograron salvarse, abandonaron la isla y se refugiaron en el centro de Irlanda, donde fundaron el monasterio de Kells (un poco al norte del actual emplazamiento de Dublín).
Por su parte, la acción evangelizadora de los monjes llegados con San Agustín de Canterbury había dejado también, en Inglaterra, monumentos de un arte escultórico en que el estilo anglosajón se revela con toda su potente fantasía.
Son altísimas cruces con profuso adorno en relieve, como la de Hirton, en Nortumbria, la de Gosforth o la de Kirk Braddan, en la isla de Man. Pero los dos ejemplares más famosos, ambos del siglo VII, son las cruces de Bewcastle y de Ruthwell, ambas en Nortumbria, donde se combinan el adorno de entrelazos y la talla figurativa, realizada según un estilo que sugiere la influencia del arte prerrománico italiano.
Los objetos más antiguos que se poseen de la orfebrería céltica irlandesa revelan una clara supervivencia del arte de La Téne. La forma misma de las fíbulas o broches es característica de las fíbulas célticas de dicho período: están constituidas por un anillo circular que forma el broche con una aguja que lo atraviesa.
Algunas de las fíbulas irlandesas parecen muy antiguas; sus ornamentos no son entrelazados rectilíneos, sino espirales, y es posible que sean todavía de la época pagana, anterior a la conversión de Irlanda al cristianismo. Las más antiguas son generalmente de bronce, con los esmaltes e incrustaciones de coral que usaban los pueblos prehistóricos europeos. Más tarde el broche, en lugar de ser un anillo uniforme, se ensanchó por un lado, y en esta superficie plana se dibujaron delicadamente los más complicados motivos de decoración.
Los broches servían para prender los mantos, como pueden verse en las figuras de los relieves de las cruces altas y en las miniaturas, y algunos incluso llegaron a ser de dimensiones exageradas.
La más hermosa de estas fíbulas es la de Tara, descubierta en 1850. Es de bronce, pero su anillo está recubierto de placas de oro con entrelazados y esmaltes, algunos de ellos hechos con trozos de coral.
La riqueza de esta fíbula tiene su rival en el famoso cáliz encontrado en 1868 en Ardagh. Asombra la maravillosa variedad de sus entrelazados, la gracia y elegancia con que están dibujadas las bandas y medallones, que lo convierten en una de las obras más hermosas que se tienen del arte de los metales en todas las épocas.
Otra obra maestra de la orfebrería irlandesa es el estuche de plata dorada que sirve de relicario para la histórica campana de San Patricio.
La caja tiene, en su cara anterior, cuatro plafones entrelazados combinados con medallones; en la cara posterior hay una bella decoración de cruces, y en su rededor una leyenda en que se pide una oración para el rey Domnell, que encargó tal relicario, otra para el obispo sucesor de Patricio en la mitra de Armagh, para el guardián de la campana, y para Cudilig y su hijo, que hicieron la obra.
Es interesante, sobre todo, el remate para coger la joya, donde, entre los motivos de entrelazados se ven aparecer unas cabezas de dragón de estilo escandinavo.
Por otro lado, los objetos litúrgicos de metal, fácilmente transportables, fueron indudablemente vehículo principal de las formas célticas en el Continente, en las colonias monásticas irlandesas que se instalaron en toda la Europa occidental. Pero un medio más poderoso aún de difusión del arte céltico de los entrelazados fueron sus manuscritos.
Los monjes de Irlanda, que habían recogido la ciencia clásica y cristiana, sentían por los libros un amor raro en aquellos tiempos, y aplicaron gran parte de su actividad a la iluminación de nuevas copias y decoración de los textos con miniaturas. Estos libros, llevados después a los monasterios de monjes de Italia o de Germania, debían de ser la base principal de las bibliotecas de Bobbio, Falda y Saint-Gall.
En la imagen: Relicario de la campana de San Patricio (National Gallery, Dublín). El remate de la superficie del relicario, que recuerda la decoración de la orfebrería bizantina, está ornado con motivos entrelazados cuyos cabos superiores representan dos cabezas de dragón de clara influencia escandinava. En la cara frontal, cuatro plafones con arabescos célticos se entrecruzan con medallones y gemas de grandes dimensiones. En la cara opuesta, una inscripción envuelta por cruces pide una oración para el rey, el santo, el obispo sucesor, el guardián de la campana y los autores del relicario, los orfebres Cudiling e hijo.