Esta labor caligráfica y de iluminación de códices comenzó a mediados del siglo VII y perduró hasta poco después del año 800. El manuscrito más antiguo, de los que integran la serie más importante, es el Libro de Durrow (hoy en el Trinity College de Dublín), que se realizó en el cenobio de aquel nombre, fundado por los monjes de San Columbano.
En los entrelazados que decoran sus orlas marginales, dispuestas, en algunos casos, en forma de franjas que rodean grandes rosetones, se descubren elementos de estilización animal propios del arte nórdico. Quizá la relativa sobriedad de sus composiciones ornamentales indique también influencia de los manuscritos coptos sobre este arte monástico irlandés.
El texto de cada uno de los Evangelios contenidos en el Libro de Durrow se inicia por una página que contiene el símbolo del Evangelista en el centro de un marco de entrelazados; sigue una página de decoración completamente abstracta y -a continuación- la primera página del texto, que se inicia con una mayúscula monumental.
Sólo tres colores han sido empleados a lo largo de todo el manuscrito: un rojo anaranjado, un verde muy intenso y un hermoso amarillo de oro. Los tres colores se reparten en proporciones iguales sobre las superficies marfileñas del pergamino.
La ornamentación es más rica y ostentosa en el Libro de Lindisfarne (en el Museo Británico), que fue iluminado en el scriptorium del cenobio de este nombre, en Nortumbria. Es de fin del siglo VII y principios del siglo VIII, y además de hermosísimas capitales y páginas íntegramente ornamentadas en un fulgurante estilo en que los entrelazados se ordenan con admirable inventiva, contiene cuatro páginas con las figuras de los evangelistas, de un elegante diseño que se inspiró, sin duda, en códices benedictinos italianos, y presagia cualidades que serán propias de las mejores miniaturas inglesas posteriores.
Este estilo ornamental y caligráfico alcanza su mayor paroxismo barroco en el Libro de Kells, de hacia el 800 (hoy también en el Trinity College de Dublín), obra de los monjes fugitivos de Iona.
Este códice contiene asimismo algunas composiciones figurativas que se ajustan a la tradición irlandesa orientalizante, con lejanos recuerdos del arte copto, que también se puede observar en las páginas miniadas de otro célebre manuscrito, el Evangeliario de Saint Gall, de mediados del siglo VIII, y que ya en la antigüedad pasó a la biblioteca de la abadía suiza de este nombre.
Parece evidente que el sistema decorativo irlandés -en análoga proporción que las influencias orientales- enseñó a los artistas románicos de los siglos XI y XII a tomar la figura humana y a plegarla, estirarla y retorcerla caprichosamente, según las leyes exigentes de la ornamentación o de la curva de un capitel.
El sistema de los orfebres y miniaturistas irlandeses estaba basado, como el de todas las artes abstractas, en una completa independencia de las apariencias del mundo real. La espiral, el trenzado y el círculo crean un mundo de extraños espejismos en el que aparecen y desaparecen cabezas de monstruos y de seres humanos, patas de bestias y colas de pájaros. Las líneas fluidas y los ritmos de colores sabiamente calculados sugieren un extraño repertorio de formas, un mundo paralelo al nuestro, que tiene sus propias leyes.
En la imagen: Águila de San Marcos (Biblioteca del Trintity College, Dublín). Influidos por algunos elementos decorativos coptos, celtas y germánicos, los ilustradores del Libro de Durrow manifestaron en el estilo con el que ¡lustran sus miniaturas la grave crisis que estaba padeciendo la iglesia irlandesa.
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