La decoración del estilo normando es sumamente característica: no tiene apenas motivos escultóricos, sino que los frisos, las archivoltas y los capiteles están revestidos de ornamentos geométricos, reminiscencia del gusto nórdico.
La misma dinámica enérgica se manifiesta en las fachadas de las iglesias de Caen, perforadas por tres puertas que corresponden a las tres naves, y flanqueadas por dos altas y potentes torres con contrafuertes que subrayan su impulso vertical. Es la disposición que copiará Suger en 1137 al iniciar Saint-Denis, el edificio creador del estilo gótico.
Zonas y fajas de carácter normando se encuentran también en los monumentos ingleses del siglo XII y en los edificios construidos por aquellos audaces aventureros en otros países más alejados de Francia, por ejemplo, en las iglesias normandas de Sicilia, que por dentro parecen obras árabes y bizantinas y por fuera se confundirían con catedrales inglesas o francesas de las regiones donde el estilo normando fue empleado con toda su pureza.
En Francia son numerosos los castillos que conservan restos de las primitivas fortalezas románicas, aunque se les hayan superpuesto nuevas construcciones durante la época gótica y el Renacimiento.
Los castillos feudales de esta época tenían, por lo común, una robusta torre, el donjon, donde habitaba el señor con su familia y servidumbre. Era de dos o tres pisos, con una espaciosa habitación en cada planta: la inferior estaba destinada a depósito de armas, utensilios y alimentos; en el piso principal estaba la sala, donde la familia hacía vida en común, pues servía de comedor y aun de dormitorio; las partes altas estaban destinadas a la servidumbre más adicta. A veces esta gran torre tenía otra torrecilla adosada, para la escalera, y ambas estaban separadas del resto de la fortaleza por un foso interior.
Rodeando la torre había el recinto que encerraba las granjas de las familias de los siervos y los establos para el ganado, protegido por un segundo foso y otra muralla. En los castillos más importantes, aquella cortina o muralla exterior se interrumpía por torres distanciadas regularmente, con almenas, y que comunicaban por un camino de ronda.
Un castillo así defendido es el de Foix, en lo alto de una roca que domina la ciudad. Pero en el Mediodía de Francia el mayor de todos estos recintos fortificados es el de la Ciudadela de Carcasona, pues aunque una parte de sus murallas sea de la época visigoda y otras partes estén tan restauradas que pueden llamarse modernas, dentro hay todavía muchas dependencias antiguas, calles completas formando una urbanización medieval con sus pórticos, plazas e iglesias.
Las obras públicas más importantes de esta época son los puentes, casi siempre estrechos, y, si podía ser, de un solo arco, para evitarse el trabajo de cimentación de los pilares. Esto obligaba a construir arcos atrevidísimos que se apoyaban sobre las rocas, a cada lado del cauce.
Sin embargo, en los grandes ríos tenían que construirse puentes de varios tramos. El más famoso de Francia, en este tiempo, fue el de Aviñón, que mandó hacer San Benezet, sobre el Ródano, a imitación de un antiguo puente romano.
El puente del Bonpás, también en Provenza, sobre el Durance, obligó a cambiar el nombre de Malpas, que tenía aquel paraje desde muy antiguo. En general, faltan en Francia monumentos civiles de este período románico; los grandes palacios municipales no fueron edificados hasta la época gótica, cuando las communes o municipios cobraron importancia. Excepcionalmente se ha conservado una casa comunal románica en el pueblo de Saint-Antonin, en la Costa Azul.

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