Córcega y Cerdeña habían sido reconquistadas a los musulmanes por los písanos. Aliados con el conde de Barcelona, habían asolado Menorca; el litoral de Italia estaba defendido por ellos contra los piratas, y, por fin, en 1062, antes que los normandos, atacaron a Sicilia, que todavía se hallaba en poder de los sarracenos, sorprendieron a Palermo con un ataque sin resistencia, saquearon la ciudad y volvieron a la patria con sus buques cargados de tesoros. Estos fueron en su mayor parte empleados en la nueva obra de la catedral, de cuyos trabajos se hizo cargo un arquitecto llamado Buscheto, quien, según parece, era griego, y al que los epitafios de la catedral prodigan grandes elogios, llegando a compararlo, en su exageración, a Dédalo y a Ulises.
Si Buscheto era o no bizantino resulta aún muy incierto; pero, en todo caso, recuerda poco los métodos de Oriente y debió de admirar más que nada las antiguas basílicas romanas, a las que conforma su plan en líneas generales. La gran iglesia, terminada después de la muerte de Buscheto por un tal Rainaldo, hace gala de una unidad arquitectónica solamente comparable a la de los templos clásicos; sus líneas aparecen dispuestas y razonadas desde el principio para conseguir el maravilloso resultado del conjunto.
Interiormente su planta, en forma de cruz latina, tiene cinco naves, la central cubierta de madera y las laterales con bóvedas por arista, mientras en el crucero se levanta una cúpula elipsoidal. Las columnas que separan las naves tienen bellos fustes monolíticos de granito pulimentado, que con los capiteles antiguos y las basas áticas, todas uniformes, acaso provengan de algún edificio romano de Sicilia o de la propia Toscana, desmontado para enriquecer con sus despojos la nueva catedral. Estas columnas sostienen grandes arcos, sobre los cuales corre la galería superior, encima de las naves laterales, toda decorada con fajas de mármol blanco y verde que forman una policromía natural. Esta catedral es un portento de belleza y dimensiones.
Las fachadas exteriores muestran estas mismas fajas alternadas, blancas y oscuras, que caracterizan los edificios de Pisa; pero, además, en las enjutas de los arcos hay bellísimas taraceas de mosaicos, sobre todo en la fachada principal. Está construida para producir un noble efecto de belleza arquitectónica con la simple repetición de arquitos y galerías, que forman como una especie de celosía del muro de la iglesia. Aparentemente estos arquitos son iguales, pero observándolos con atención se advierte con qué estudio y arte lo que parecía uniforme es múltiple y rico en variedad y cómo todo se ha tenido en cuenta para que, con los más simples medios, el conjunto no fuese monótono y vulgar.
Ruskin dedica al análisis de la fachada principal de la catedral de Pisa los párrafos más entusiastas de su libro Los siete luminares de la arquitectura. Para él, es el modelo sublime, una producción esencialmente arquitectónica, que, como las obras musicales, consigue su efecto sólo por la proporción y mesura rítmica de sus partes.
Las galerías superiores tienen una variante en la segunda, donde se levanta una columna encima del centro de cada arco. En las pendientes de los tejados, los espacios se estrechan también; hay seis columnas encima de otras cinco de la galería inferior, y así no aparentan una anchura desproporcionada en relación con la altura. Con la simple combinación de arcos y recuadros se decora toda la catedral de Pisa; no hay esculturas, sino formas geométricas de mosaicos de piedras duras y mármoles.
Desde los tiempos del arte antiguo no se había conseguido un resultado tan admirable con tanta simplicidad de medios. ¿Por qué la obra resulta tan perfecta en lugar de ser monótona? Ruskin analizó ya algo minuciosamente las relaciones de formas y medidas de las diferentes partes de las fachadas de la catedral de Pisa. Según él, todo está dispuesto con una sagacidad y un ingenio extraordinarios; a veces un pequeño trozo de mármol colocado en un ángulo es mayor que el del otro lado del mismo arco; las columnas de un mismo arco son también de diferente altura. «Ahora, yo os diré -añade Ruskin- que esto es arquitectura viviente.
Hay una sensación en cada centímetro, y una acomodación a las necesidades arquitectónicas, que es exactamente la misma de la de las proporciones de la naturaleza orgánica…» Estos conceptos de naturalismo expresivo de Ruskin no corresponden ya a los ideales modernos en arquitectura, pero en su apología de la catedral de Pisa estuvo el polemista inglés acertado como pocas veces.
Modernamente han estudiado la catedral de Pisa arquitectos americanos y han podido comprobar diferencias de valores funcionales. Las líneas no son tampoco nunca rectas, tanto en el exterior como en el interior, sino que se hacen curvas para rectificar los efectos de la perspectiva, como ocurría en los templos griegos. La catedral de Pisa fue consagrada en el año 1118 por el papa Gelasio. Sin embargo, las obras de embellecimiento, y acaso restauración, debieron de durar hasta fines del siglo XIII, porque se conserva una lápida del año 1278 que dice que la catedral edificata fuit de novo.
