En el año 1153 se empezó el baptisterio, siendo maestro director de la obra cierto Deotisalvi, que había construido ya las iglesias del Santo Sepulcro, en la propia Pisa, y la de San Cristóbal, en Lucca. El baptisterio pisano es para nosotros otra maravilla arquitectónica, aunque no produce entre los críticos aquella admiración unánime que despierta la catedral. Tiene una planta circular, con una nave que da la vuelta alrededor y una galería alta; el espacio central, donde están las fuentes bautismales, está cubierto por una cúpula cónica muy elevada para facilitar la acústica.
Es fácil que esta cúpula, en su disposición primitiva, tuviera un agujero en lo alto y fuera extradosada, esto es, visible al exterior con la misma forma cónica del interior. Pero, en el Renacimiento, esta cúpula cónica fue rodeada de una superficie esférica, de la que sobresale la punta del cono.
Exteriormente, el muro, que en un principio tenía la simple ornamentación de arquitos, característica del estilo pisano, fue decorado con pináculos góticos; pero con tales aditamentos y transformaciones el baptisterio, por su forma actual originalísima, es un monumento único en el mundo. Su personalidad es tan acentuada, que no hay nada que se le parezca, ni en los edificios de su tiempo ni en los anteriores.
Al lado de la catedral está el campanile, una torre cilíndrica de siete pisos, con un cuerpo de remate también cilíndrico y de menor diámetro, para las campanas. El muro de la torre está decorado con zonas de arcos, en armonía con la decoración de la fachada de la catedral, también de mármoles y taracea de mosaico. La singular inclinación de la torre no es preconcebida, sino el resultado del asiento irregular del terreno.
La inclinación empezó a notarse cuando la torre estaba a nivel de la primera galería, y se quiso remediar haciendo la cornisa más ancha de un lado que de otro. Al llegar la obra a la segunda y tercera galerías, el asiento irregular de la torre fue aumentando y el temor hizo suspender los trabajos durante sesenta años. Cuando en el año 1236 se quiso continuar la obra, su nuevo director, Beneato, encontró que la torre se desviaba ya unos 20 centímetros fuera de la línea de plomada. Hoy la parte superior se separa más de 4 metros de la vertical y el movimiento continúa todavía. Mas parece como si la torre y el mundo entero se hubiesen acostumbrado a la inclinación. Nadie la deplora aunque, de cuando en cuando, se expresen temores de un próximo derrumbamiento.
No podemos terminar esta sumaria descripción del importante grupo de los monumentos písanos sin hablar del Campo Santo, el último edificio que con la catedral, el campanile y el baptisterio, forma el conjunto monumental llamado delle quatro fabbriche. Es una obra que, por su época, debiera ser descrita en otro lugar de este libro. Empezado a fines del siglo XIII, este singular monumento entra de lleno en el período de la influencia gótica, que más o menos penetró también en Italia. Pero aunque por el arte sea algo distinto, por su situación y por su empleo el Campo Santo es el hermano inseparable de los otros tres edificios.
Aquel claustro grandioso, dedicado a la muerte, es el comentario plástico de tanta belleza, de tanta riqueza solitaria como resplandecen aún en la catedral y los otros desiertos edificios pisanos. Este Campo Santo tiene la forma de un patio rectangular, que fue rellenado con tierra del Calvario, transportada al efecto por los buques de Pisa al regresar de Tierra Santa. No tiene al exterior ninguna abertura; su muro de mármol liso sirve espléndidamente de fondo a la catedral.
En la galería anchísima del claustro se han reunido gloriosos trofeos, mezclados con las sepulturas de los grandes protectores de la República, y obras de arte que están allí con la única excusa de su belleza. Hay bustos romanos, estelas griegas, sarcófagos con temas catacumbarios al lado del sepulcro del emperador germánico Enrique VII, que quiso ser enterrado en Pisa, su fiel ciudad gibelina, y el de la condesa Matilde.
Ya veremos en los volúmenes siguientes el papel importante que el Campo Santo de Pisa desempeña en el arte italiano; los inmensos muros de sus paredes laterales fueron cubiertos con frescos por los más grandes maestros de la transición del Medievo al Renacimiento, y de la primera fase de éste. A través de los arcos, con una tracería de calados góticos, se ven los negros cipreses ondular suavemente; todo contribuye al efecto singular del famoso cementerio: la plaza que le precede, sus muros blancos y lisos exteriormente, las obras de arte que guarda dentro, el color de la luz, las pinturas de los muros…
El arte pisano se extendió también a Cerdeña, que era una colonia de Pisa. Hasta en las grandes ciudades toscanas, como Florencia y Siena, adviérteme aún las influencias del estilo pisano. En las colinas del otro lado del Arno, cerca de Florencia, se levanta el delicado monumento de San Miniato al Monte, obra también hermosísima y enigmática de estos siglos medios, con las mismas marqueterías de mármoles que usaban los písanos. Al interior, San Miniato, dividido en tres naves por columnas de proporciones clásicas, parece una basílica cristiana primitiva por su apacible tranquilidad.
Una tradición supone que San Miniato fue construido por la reina longobarda Teodelinda; pero su forma data, sin duda alguna, del siglo XI; sin embargo, conserva su disposición más antigua, con el coro alto encima de la cripta. El elegante altarcito que ante la cripta se levanta fue un feliz aditamento del siglo XVI. En la gran Florencia, tan llena de cosas bellas y de monumentos, la poética y misteriosa iglesia de San Miniato Extramuros, con el bello mosaico bizantino de su frontón, aún es una de sus más interesantes joyas.
