En Alemania, la pintura decorativa alcanza durante el período románico un desarrollo muy importante. Desde la mitad del siglo XI los monjes de Reichenau gozaban merecida fama de pintores murales. Su prestigio se mantuvo durante más de tres generaciones de artistas.
Sus primeras obras se conservan en la capilla de San Silvestre de Goldbach y en las basílicas de Oberzell y de Niederzell, una y otra en la propia isla de Reichenau, en el lago de Constanza. En otra pintura de Burgfelden, los temas alusivos a la parábola de la Samaritana incluyen además un caso sucedido en el año 1001, esto es, la muerte violenta de los caballeros de Zollern, lo que les da cierto valor de tentativa de representación de un tema histórico.
En otra obra de la escuela de Reichenau vemos la gran composición del Juicio Final interpretada con una eficacia dramática hasta entonces desconocida en la región renana. Las relaciones que seguramente debían de sostener los benedictinos de Reichenau con la casa matriz de Montecassino, en Italia, pueden explicar cierta influencia de los decoradores italianos.
Otra escuela de decoración románica floreció en la región de Colonia, otra en Westfalia, otra en Sajonia. Especial importancia revisten las pinturas murales del monasterio de Prüfening, cercano a Ratisbona (Regensburg). En general, por toda Alemania los monumentos religiosos y civiles del período románico se engalanaron con los vivos colores de los frescos, y si no había espacio o recursos para grandes composiciones figuradas, por lo menos se pintaban fajas de entrelazados y cenefas que seguían las curvas de los arcos al igual que el plano de las impostas.
Pero las obras capitales de la pintura decorativa germánica de los siglos románicos son las prodigiosas miniaturas de los códices, que suelen tener en su primera página una gran composición con la imagen del poseedor (como la célebre miniatura, de hacia 985, con el retrato del emperador Otón II en su trono, que conserva el Museo Conde de Chantilly) y numerosas miniaturas intercaladas en las restantes. Las representaciones se caracterizan por el naturalismo de los gestos, por su fuerza de expresión y por su elegancia y belleza.
Sobre todo al principio (fines del siglo X y comienzos del XI) la escuela de miniatura de la corte de los Otónidas produce las obras más importantes de la pintura occidental en esta época románica. Los emperadores y sus grandes vasallos, los obispos y los príncipes de la corte, habían viajado por Italia y mantenían relaciones constantes con Bizancio. Además, la tradición carolingia no se había interrumpido como en Francia.
Algunos códices de este primer período románico parecen resucitar las técnicas y los estilos clásicos. La fama del scriptorium de Reichenau, por ejemplo, fue tan extraordinaria, que el papa Gregorio V pidió a cambio de ciertos privilegios que solicitaba la abadía, algunos de sus manuscritos litúrgicos.
Entre los códices probablemente realizados en Reichenau se cuentan el Evangeliario de Otón III, de hacia el año 1000, que se guarda en Munich, y el extraordinario Libro de Pericopios de Enrique II, realizado entre 1002 y 1004, antes de que este príncipe fuera coronado emperador, y ofrecido por él a la catedral de Bamberg. Las figuras en ellos representadas adquieren un trascen-dentalismo sublime, colocadas sobre fondos de oro centelleante o de luminoso púrpura que producen una extraña impresión de vacío lleno de misterio. Solamente al entrar el siglo XII la miniatura alemana empieza a complacerse en el enfático realismo, un tanto caricaturesco, que será la característica predominante de la pintura germánica de las épocas posteriores.
En Inglaterra, las construcciones normandas, llenas de motivos geométricos de decoración, esculpidos, no dejan mucho lugar para los frescos. Al pasar a la Gran Bretaña, la mayoría de los barones normandos que siguieron al duque Guillermo en la conquista llevaron sus libros de devoción, sus biblias, misales y libros de horas.
Incluso atravesarían el canal artistas escultores y pintores, que serían bien recibidos por los nobles franceses enriquecidos con los despojos de los príncipes sajones. Entonces empieza en Inglaterra una nueva escuela de miniatura que perdura hasta el fin de la Edad Media.
El estilo es, sin embargo, típicamente inglés; y es siempre discernible un manuscrito inglés de otro francés o normando. Los colores son más pálidos, hay ciertos amarillos y verdes de tradición irlandesa. El dibujo ofrece un concepto de la elegancia y el refinamiento que no coincide con el que campea en los manuscritos franceses.
En una palabra, la miniatura románica que se cultiva en Inglaterra conserva algunas reminiscencias célticas sumamente bien definidas y destinadas a una evolución por completo independiente. Lo demuestran el Pontifical del arzobispo Roberto, realizado en Winchester a fines del siglo X, y el Sacramentario de Robert de Jumiéges, regalado al monasterio normando de Jumiéges por el arzobispo de Canterbury (1006-1023). Las miniaturas del primero -sobre todo- someten los temas a una furia decorativa que contrasta violentamente con la serenidad contemplativa de las miniaturas continentales.

Volver a Arte románico