Cuando se habla de la pintura del siglo XVIII en Gran Bretaña, se señala la actitud plenamente romántica del británico Turner, así como la trascendencia que para la pintura romántica francesa adquirió, pese a su corta duración, la actividad pictórica de Bonington, quien fue amigo del gran pintor Delacroix.
Otros pintores británicos que brillaron durante la primera mitad del siglo pasado debieran haber retenido allí nuestra atención. Son maestros importantes, aunque, en general, permanecen ignorados fuera de Gran Bretaña, y tampoco, ciertamente, se habla mucho de ellos allí.
Su producción es una clara prueba de cómo se había interpretado el calor romántico en la pintura insular. Su estilo no es arrebatado, como pudiera ser el de Delacroix o Géricault, sino que parece más bien complacerse en la evocación de aspectos placenteros.
Estos pintores fueron, en primer término, Benjamín Robert Haydon (1786-1846), artista de vida azarosa y que se suicidó al ver rechazados los bocetos con que había concursado para la decoración del Palacio del Parlamento, y también el escocés David Wilkie (1781-1841), intenso cultivador de escenas costumbristas y vida mucho menos atormentada.
De Haydon son dignos de mención dos grandes lienzos sobre temas de costumbres, pintados con impulsiva fogosidad y viva policromía, y que se hallan en la Tate Britain de Londres; uno de ellos reproduce una escena de elecciones en un ambiente rural, apasionadamente tumultuoso. El otro, titulado Punch (o La Feria de Mayo), es una alegre evocación callejera, llena de sugestión y gracejo.
Así pues, hubo también en la pintura de Gran Bretaña, una corriente peculiar, dentro de la dirección romántica, que en gran parte recogió directrices propias de la anterior pintura de género.
Pero a mediados de siglo todo ello había experimentado un gran cambio, entonces domina la pintura dulzona sobre temas agradables, cuyas mejores obras son los cuadros de animales de E. H. Landseer (1802-1873) o los lienzos de W. R Frith (1819-1909).

Volver a Arte Romántico