Arte clásico y erotismo

El falo

La representación de los órganos sexuales masculinos simboliza la fuerza germinativa de la naturaleza, una fuerza mágica, la fuerza vital generadora que puede representar incluso el Genius de un difunto, lo que le sobrevive después de la muerte, la continuidad de su individualidad. Esta fuerza vital vegetal y generadora del talo lo lleva a convertirse en el mundo clásico en un objeto de uso cotidiano. Colgados como amuletos del cuello de los niños, de las honradas matronas, esculpidos en las calles y en las casas, la vida cotidiana de las gentes de Grecia y Roma estaba rodeada de falos.
En la Atenas de la época clásica se podían ver expuestos por todas partes, mientras que los genitales femeninos se escondían en la oscuridad de las habitaciones privadas. Los falos, en la Atenas de Pericles, eran visibles en las palestras, donde los jóvenes desnudos practicaban deporte, en las calles, donde los bellos efebos se paseaban con sus clámides (cortas túnicas abiertas en el costado), en los teatros, donde se usaban calzones fálicos corno atuendo de los actores en los dramas satíricos, en los mercados o santuarios, donde cualquier visitante se veía rodeado de estatuas masculinas desnudas, o de hermas con los órganos genitales masculinos en erección, en los cementerios, con tumbas señaladas con esculturas y relieves de hombres desnudos, en las casas, con vasos de perfume en forma de falo, o copas para el banquete con pie fálico. El animal político ateniense era también un phallós politikós. Es natural que en esta sociedad los artistas exploren todas las potencialidades representativas del órgano sexual masculino, desde el exhibicionismo humano, animal o semihumano, hasta la invención de objetos fantásticos.
La protección propiciatoria y fecundadora de los órganos sexuales masculinos se encuentra a veces, paradójicamente con mucha menos frecuencia, en los femeninos. El caso más claro es el de Baubo, relacionada con la vulva, como Príapo lo está con el falo. En Priene se encontraron unas extrañas estatuillas que inmediatamente se identificaron con la figura de Baubo [19], que pertenece en el mito al ámbito de la diosa de la fecundidad agraria. Cuando Deméter vagaba por la tierra, doliente por la pérdida de su hija Perséfone, llegó hasta Eleusis irreconocible con su aspecto de mujer vieja cubierta con un oscuro peplo. No quiso aceptar de sus anfitriones ni comida ni bebida, ni siquiera el asiento que le ofrecieron, «mas no quiso Deméter, dispensadora de las estaciones, la de espléndidos dones, sentarse sobre el resplandeciente sitial, sino que permanecía taciturna, fijos en tierra sus bellos ojos». Entonces dos mujeres viejas, dos nodrizas, entran en acción; Yambe empezó a decir palabras obscenas y después Baubo se levantó la falda y mostró sus genitales. La diosa, divertida, rió y aceptó de buen grado la comida5 Las prohibidas palabras obscenas, la exhibición de los órganos genitales, la vejez, lo repugnante, la risa, así como el perenne y enorme falo de Príapo o el grito espantoso de Pan son elementos catárticos, que provocan terror y sirven para mantener a los démones, a los espíritus, a raya. Las estatuillas de Priene, anatómicamente imposibles, son risibles, y su rostro, unido al pubis, junta las dos bocas del mito, la de Yambe y la de Baubo, las dos aberturas que revelan secretos. Este episodio de Deméter está en relación con la crianza de los niños y las nodrizas (la propia diosa desempeña ese papel en Eleusis), los seres más expuestos a ser atacados por un espíritu dañino, y los primeros que han de ser protegidos con amuletos.
Estos amuletos que se colgaban en el cuello de los niños son, en el mundo clásico, falos. La fuerza mágica del poder del sexo es más convincente en su representación masculina. El falo es muy fácil de dibujar, esculpir o modelar, de individualizar y de entender, incluso reducido a la máxima simplicidad. Dibujada y descontextualizada, una vulva no es comprensible. El sexo femenino es difícil de ver, incluso para su dueña, mientras que el pene es un órgano visible y muy curioso por su cambio de forma y textura, un ente que a veces parece tener voluntad propia.
Los falos en erección a la entrada de las casas, en los cruces de caminos, en el interior del hogar, o como amuleto en un anillo o en un colgante sirven para protegernos, invocar felicidad y abundancia y, sobre todo, conjurar el mal de ojo. La forma de estos amuletos itifálicos consigue que el transitorio estado de erección sea permanente e irreversible. El amuleto imita no sólo la forma del falo sino también su consistencia y textura en bronce o terracota. Estos objetos no se utilizaban para propiciar la fecundidad, o para favorecer la reproducción o la sexualidad. En latín, al órgano sexual masculino (y a veces al femenino) se le llamaba fasrinus (engaño, fascinación), igual que al demon que intenta combatir. Elfasdnus es la capacidad de atraer el mal que se atribuye a los ojos que tienen efecto nocivo, esto es, el mal de ojo. Aristóteles señalaba que la esencia del falo radica en su movilidad, en la manera en que crece y decrece de volumen. Es usado como amuleto precisamente por su cualidad móvil y efímera. El fasánus intenta abolir su fuerza y el amuleto fálico, fijando su rigidez, sirve para exorcizarlo.
Así, la imagen de un Mercurio itifálico procedente de Pompeya con campanitas para ahuyentar el mal de ojo, y su tocado de falos orientados a todos los puntos cardinales, es de la máxima eficacia para evitar ser atacados por el norte, por el sur, por el este, por el oeste [20]. El poder protector del falo multiplicado con el sonido de las campanas hizo imaginar a los romanos unos curiosos móviles, los tintinnabula, que en muchos casos tienen forma de falo, falos animalizados, falos individuales [21], animalitos con vida propia, independencia y autonomía. Estos objetos no tienen un sentido obsceno ni licencioso. Se colocaban con toda naturalidad en el interior de las casas, a la vista de mujeres y niños.
Hemos visto que el mal de ojo era uno de los peligros que quería conjurar el falo erecto. En una terracota helenística vemos dos falos antropomorfos empeñados en cortar con una sierra un ojo [22]. El ojo es también un antiquísimo amuleto protector, de efecto homeopático. Dotar de ojos a un falo es una idea que a los griegos se les ocurre enseguida. Lo vemos ya en una terracota conservada en el British Museum (y que había sido catalogada como proa de barco) que se fecha en el siglo VII a. C. [23]. Se unen así dos elementos profilácticos que duplican la efectividad del fetiche. Era pues lógico que el falo adquiriera una condición individual, propia de un ser vivo, al que se le añaden, además de ojos, piernas o alas, hasta llegar a convertirse en un ser con voluntad propia. El mundo antiguo ha imaginado falos-perro, falos-cabra, falos-hombre, pero el objeto con más éxito en el imaginario de la Antigüedad ha sido el pájaro-falo. Un simpático y curioso animalito que, dotado de alas y ojos, asoma su cabeza de las cestas destapadas por mujeres desnudas [24] en los vasos áticos, un frecuente tintinnabulum en Roma [21], que se posa en los luteria o pilas donde se lavan los atletas y que, en Grecia, aparece asociado a la esfera del sátiro, quien, a veces, no escapa a su ataque y, otras, le sirve como montura. Un ser independiente, incontrolable, como la naturaleza misma del órgano que a veces impone su propia voluntad a su dueño y escapa a su control, es compañero de juego y hermano de los sátiros. Su erección permanente duplica incluso la de aquéllos, pero con una visión fantástica que nos acerca a lo demónico.
El éxito del pájaro-falo fue tal en el imaginario de la Antigüedad que a lo largo de los siglos perdura su nombre, no sólo en latín, sino también en italiano, incluso en español; «pájaro», «gorrión» o «pajarito» son algunos de los nombres con que se conoce el órgano masculino. Como una tranquila mascota, es transportado por mujeres desnudas [24] en imágenes que con frecuencia se han interpretado de forma lúdica como pertenecientes a un ambiente de juego sexual, como muestra de la insatisfacción femenina o como pertenecientes al ámbito dionisíaco.
Pero la interpretación es más ambigua y menos sencilla. Aunque los pájaros-falo aparecen en las imágenes asociados a los sátiros, jamás aparece relacionado con ellos ni Dioniso ni las ménades. Es más probable que estas imágenes de mujeres con grandes falos [25] o con pájaros-falo, aunque tengan un componente lúdico, se deban poner en relación con algunos rituales y fiestas del mundo griego y romano que consistían en la manipulación, por parte de las mujeres, de objetos fálicos, como las Tesmoforias, las Adonías, o las Lupernalia en Roma. El sentido es la consideración del falo como elemento fecundador y vivificador, sin olvidar su sentido protector, como amuleto propiciatorio. Y en este sentido también es un elemento iniciático para mujeres vírgenes.
El falo erecto trae buena suerte. Para empezar el día con buen pie, era muy conveniente tocar un órgano masculino fijado en su rigidez. Por todas partes en las ciudades griegas, en las calles, en los cruces de caminos, en los santuarios, un ciudadano podía toparse con una herma [26]. Estos pilares cuadrangulares coronados por la cabeza de Hermes sólo llevaban esculpido un falo en erección. Servían para señalar y proteger las lindes, y a veces se grababan en ellos textos cívicos. Tocar el falo de una herma ayudaba a alejar el mal de ojo, y su carácter sagrado lo conócelos bien con la conmoción que sacudió a Atenas en el 415 a. C. cuando un gran número de hermas aparecieron mutiladas una Banana: un funesto presagio. Se acusó a Alcibíades, pero no se pudo demostrar su culpabilidad. Alcibíades partió al frente de la expedición a Sicilia que resultó ser un horrible desastre del que muy pocos atenienses consiguieron regresar.
Después de todo lo expuesto, imaginemos ahora la mirada antigua hacia un hombre superdotado. La exaltación que nos transmiten, por ejemplo, los epigramas de Marcial no están exentos de muchas de estas consideraciones mágicas y supersticiosas que hemos mencionado para los falos. «En cualquier baño que oigas un aplauso, Flaco, ten por seguro que ahí está la polla de Marón.» La impresión que produce contemplar un gran falo se aproxima a la veneración; la ovación que despierta Marón cada vez que se desnuda en las termas no es sólo admiración hacia su gran órgano sino una mezcla de sentimiento religioso y superstición. En Roma, los ambientes termales donde los hombres son más vulnerables por su desnudez y donde fluye incesantemente el agua eran considerados lugares especialmente propicios a los influjos negativos, y por lo tanto espacios que necesitaban más que otros de la buena suerte, de una protección extra, sobre todo a la entrada, para impedir el paso a las fuerzas maléficas. Como señala Varone, en armonía con el gusto de la época, la consideración de elegancia de los paisajes «nilóticos», y la introducción en los hogares de esclavos negros, en las casas de los ricos romanos se llegó a utilizar el recurso protector, apotropaico, del sirviente etíope superdotado más que la mera exhibición del anticuado falo exento, como en el mosaico situado a la entrada del caldarium de la casa de Menandro en Pompeya [27].
¡Qué diferencia de mirada! Desde nuestra óptica, podríalos pensar en una estimulante imagen para la libido en las orgías de patricios y matronas atendidas por el diligente esclavo en el baño, sin sospechar que la mirada religiosa del romano veía en el gran pene del nubio un tranquilizador elemento profiláctico.
En esta visión religiosa del falo hay, desde luego, rasgos humorísticos. Un humor del sexo muy distinto al nuestro, y por lo tanto difícil de entender. En un muro de la ciudad romana de Leptis Magna, en Libia, un centauro ataca con un tridente algunos elementos maléficos: una serpiente, un cangrejo y un enorme ojo [28]. Su gran falo se duplica en su nariz. Tal vez el espectador dejara escapar una sonrisa si no fuera porque el erotismo apotropaico tiene en la Antigüedad connotaciones religiosas muy serias.

 

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