A veces, el monarca y su ecónomo se ponían máscaras de buitre para identificarse más con el principio divino fecundador y tocaban con una piña, idéntica al racimo de la flor masculina de la palmera, un árbol estilizado de troncos con ramas plegadas curvas del que se proyectaban flores abiertas de la palmera hembra.
La significación de aquellos gestos rituales se generalizó, tocando con la misma flor-racimo a cosas o personas, como para bendecirlas y augurarles buena fortuna. Con aquel gesto se aseguraban la fuerza, salud y poder, y esto lo manifestaron los escultores asirios con enérgica expresión y carácter.
Queda aún hacer referencia a los relieves realizados en otros materiales: marfil y bronce. Los marfiles decoraban el mobiliario y diversos objetos de tocador, y también en ellos figuran escenas de guerra y de caza; pero algunas veces están labrados en marfil temas originales: genios femeninos, la vaca amamantando al becerro, figuras de mujeres. Se diría que las características del material y su uso privado, que hacía innecesaria la preocupación propagandística, dieron libertad a los escultores para realizar creaciones en las que se transparenta una desconocida delicadeza.
Diversos museos conservan representaciones demoníacas en bronce. Algunas llevan anillas para ser colgadas del cuello, porque quizá los demonios no atacarían a los que eran devotos suyos. El demonio Pazuzu, del Louvre, introduce en un mundo de visiones terroríficas. El demonio Labartu tiene cara de león, como ciertos genios taoístas y budistas de China. Para todos ellos había exorcismos y encantamientos con que combatirlos.
Pero la obra maestra de los broncistas asirios son las puertas de bronco de Imgur-Bel (la actual Balawat), construidas por Salmanasar IIJ y completadas por Assurnazirpal II. Se trata de una larguísima serie de bandas horizontales con figuras e inscripciones que narran con extraordinario detalle las campañas militares de estos monarcas. El espectador que contempla actualmente las puertas de bronce de Imgur-Bel, en el British Museum, tiene la impresión de hallarse frente a uno de los «comics» más antiguos de la Historia.
Un fabuloso comic asirio del siglo IX a.C, que relata las marchas militares a través de varios países, las batallas, los tratos con los embajadores, los momentos de descanso del ejército, los asaltos a las ciudades amuralladas, y, cómo no, toda una refinada variedad de suplicios a los vencidos, los cuales son despellejados, empalados, descuartizados, decapitados, mientras sus ciudades arden.
Al escaso número de esculturas se contrapone la abundancia de los relieves que decoran los palacios más importantes donde se representaban las hazañas de sus reyes. Ahora lo divino se aleja irremediablemente de lo humano, y el hombre, el rey quiere realzar su persona dejando constancia de todas sus hazañas y proezas y pretende que el escultor se convierta en el relator oficial de la historia, que tiene que perdurar en la memoria de los pueblos.
Los relieves que muestran una implacable técnica han permitido conocer muchos de los aspectos de la vida cotidiana de la corte asiria. Las paredes que rodeaban el patio en Jorsabad estaban revestidas con retratos de piedra en los que aparecía el rey con su séquito a un tamaño mayor del natural.