Está claro que recibían una impresión que estaba cuidadosamente calculada. Los reyes asirios durante generaciones habían pretendido inspirar terror a los pueblos vecinos o a todo el que se inclinara a la rebelión, mediante una crueldad implacable que, creían ellos, terminaría por imponer la paz. Por su talla y su exclusiva orientación hacia el soberano, los visitantes tenían necesariamente que tomar conciencia del inmenso poder del rey.
Puesto que los deberes rituales del rey de Asiria superaban a los de cualquiera de sus predecesores, y su función de mediador entre la sociedad y los dioses era más operante, convenía por lo menos que los templos formaran parte del palacio.
Esa voluntad de imponerse a través de la palabra figurada, junto a la gran abundancia de piedra en el Alto Tigris convierte al relieve asirio en la manifestación artística más importante del Imperio y en una de las más notables de la Antigüedad.
Existían numerosos dioses, pues cada ciudad se vinculaba a una divinidad concreta. A cada uno de estos dioses se les ofrecían plegarias y sacrificios para agradecerle su interseción y también por su protección contra los malos espíritus. Los dioses de cada población se agrupaban en torno a un panteón, que adquiría mayor relevancia según la ciudad que gobernase.
El arte de Mesopotamia se crea a partir de un concepto del mundo que hace del hombre un ser humilde, sometido a los designios divinos.
La figura es el doble de un modelo a quien sustituye. Este debe estar bien individualizado. Las estatuas son generalmente imágenes votivas en ruego permanente hacia los dioses. Tienen un sentido mágico, pues adquieren vida propia y forman parte de una realidad perenne.
Así la función de las estatuas y representaciones de reyes y gobernadores era la de venerar a los dioses, ser los intercesores entre el mundo humano y el divino para solicitar una vida mejor. Si además tienen una oración inscrita sobre un cuerpo, la petición de ayuda será eterna.
Como cualquier cultura agrícola, dependiente de la tierra y de las lluvias para la irrigación de los cultivos, en Mesopotamia los fenómenos naturales se consideraron obras de las divinidades. Así se forjó la idea de que los dioses vivían en el cielo y enviaban el agua benefactora cuando los hombres cumplían sus obligaciones rituales.

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