La vida de Rubens se organiza. Varios hijos nacen del matrimonio y se hace construir una casa que ya sobrepasa las exigencias de la burguesía acomodada y un gran taller en donde lo ayudan los discípulos.
Hacia 1618-1620, el pintor conoce su primer gran momento de exaltación. Cuando se compulsa una cronología, aparecen muchos cuadros importantes de esta época. La verdadera «manera Rubens» aparece en el horizonte de la historia de la pintura. Infinidad de estudios del natural, cabezas de sus hijos, bocetos de los personajes retratados, detalles de vegetación. Ya ha pintado los retratos de los archiduques con fondos de castillos (Prado) en 1615. Se apresta a realizar el tríptico de la Incredulidad de Santo Tomás, que, además de la escena bíblica, comporta sendos retratos de Rockox y su esposa. Hay aquí un vuelco en la pintura de Rubens. Se diría que retorna a la tradición de la buena pintura flamenca del acabado perfecto, utilizando una entonación clara que ya no abandonará.
De 1618 son dos obras maestras y diametralmente opuestas: El rapto de las hijas de Leucipo (Munich) y La última comunión de San Francisco (Amberes). En el primero, la forma casi cuadrada obliga a una sabia composición en las que Rubens es maestro. Dos caballos se encabritan y sirven de fondo a la acción en la que Castor y Pólux raptan a las dos rubias hermanas. Los cuerpos de las jóvenes desnudas producen, en el centro mismo del cuadro, una tangente dinámica.
El gran cuadro religioso de esta época es el otro que se acaba de citar. Si el primero es una escena al aire libre, éste tiene lugar en un local cerrado e indefinido. Si en el otro se trataba de acción violenta con implicaciones eróticas, aquí se alcanza una cumbre de espiritualidad. Parece mentira que este pintor sea el mismo. El que no ha visto sino los cuadros del Prado y del Louvre -¡y sabe Dios si son buenos!- no puede, con todo, hacerse una idea de los grandes cuadros religiosos que, en general, siguen en su tierra natal, porque casi siempre fueron concebidos como cuadros de altar. A partir de este cuadro, Rubens se transforma también en uno de esos pintores como los que necesitaba la Contrarreforma para poder persuadir.
Por ese entonces, Rubens también creó una serie de cuadros (el contrato habla de 39 paneles) para la Casa profesa de los jesuitas de Amberes. La estupenda iglesia de San Carlos Borromeo se incendió en julio de 1718 y allí se destruyeron dichas obras de Rubens (se salvaron cuatro). Poco después le llega el encargo de la serie para el Palacio del Luxemburgo, en París. Entre 1621 y 1625, sin dejar los otros encargos ni de viajar, Rubens iba a llevar a término esta serie (actualmente en el Louvre) que consta de dieciséis composiciones verticales y tres enormes composiciones apaisadas que se encuentran a mitad del recorrido. Si bien los diferentes episodios están tratados con una verba y una soltura magistrales, cuando hoy se entra al Salón que los muestra estas grandes composiciones no pueden dejar de parecer un poco “lamidas” como pintura y un poco tiesas en su aparatosidad.
En cambio, los dos grandes cuadros apaisados de la Galería de los Uffizi: Enrique IV en la batalla de Ivry y la Entrada triunfal de Enrique IV en París, pintados posteriormente a la serie de la reina, tienen ya un temblor «moderno»; los contornos son más imprecisos, los colores más apastelados y en una gama sorda recrean la calidad que tenían los buenos frescos y los tapices de esa misma época: unidad cromática, iluminación convencional pero homogénea. Con ellos se desemboca en la última gran manera, que es la que va, grosso modo, desde 1628 hasta su muerte, acaecida en 1640.
Hay un momento crucial en la vida de Rubens, que es el que abarca los años 1625 y 1626. Mueren, con pocos meses de diferencia, Jacobo I de Inglaterra; Mauricio de Nassau en Holanda; Enriqueta María de Francia se casa con Carlos I de Inglaterra; Breda es tomada por el italiano Ambrogio Spinola al servicio de España. Después de entregar en 1625 la doble serie de la vida de María y la de Enrique IV (de esta última ejecutó solamente dos grandes telas que están hoy en Florencia), Rubens vuelve a Amberes, pero cuando la peste se declara, se retira con su familia a Laeken. Sigue pintando, pero pronto, en 1626, tendrá el dolor de perder a su primera mujer, Isabella Brant, que le había dado tres hijos.
Entrada triunfal de Enrique IV en París de Rubens (Gallería degli Uffizi, Florencia). En este cuadro se percibe un cambio en la técnica pictórica del autor, que realiza unos contornos más imprecisos y utiliza una gama cromática más uniforme. Los personajes, además, ocupan todo el lienzo acompañando al monarca en actitud de celebración.