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Historia del Arte

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Peter Paul Rubens (III)

Ya viudo, Rubens pasa, en 1628, una nueva temporada en España. Combina entonces la misión diplomática y la práctica de la pintura. En esa época conoció a Velázquez, ya famoso pintor de cámara del rey Felipe IV. En 1630 se casa con Héléne Fourment, de 16 años, con quien tendría cinco hijos.
Rubens, poco a poco, comienza a sentir achaques: artritis, dolores en las manos. En la casa del Wapper, en su propiedad rural que es el castillo de Steen, la vida familiar es plácida. El pintor acumula dinero y consideración. Está enamoradísimo de su joven esposa y la pinta infinitas veces, hasta que el 30 de mayo de 1640, a punto de cumplir los 63 años, el pincel se le caiga definitivamente de las manos. Tres días después se celebra un funeral en la iglesia de Saint-Jacques, donde sigue enterrado en una capilla privada que ornó durante siglos una de sus más soberbias imágenes: La Virgen rodeada de santos.

Hay que entrar ahora al análisis de su pintura. Para empezar, hay etapas bastante fáciles de delimitar: los primeros cuadros, que ya se han visto, dependen de la enseñanza puramente flamenca que el artista pudo recibir de sus maestros. Segunda época: la experiencia italiana y española (1600-1608), en la cual, además de los cuadros religiosos o mitológicos mencionados al pasar, habría que anotar varios retratos pintados originalmente en Génova.

Es obvia la tercera época: retorno a Amberes hasta la plena afirmación del estilo (1609-1618). O dicho de otro modo: reteniendo treinta cuadros de la producción total del pintor, diez, forzosamente, tendrían que ser de este momento, y los otros veinte, de lo que va de entonces hasta la muerte. Lo latente se afirma en tal caso; hay distintas pruebas y distintas salidas. El resultado es lo que puede llamarse la pintura de Rubens, que se expresa a partir de cuadros religiosos, mitológicos, retratos. Además de los ya citados, se tendrían que mencionar la Batalla de Amazonas (Pinacoteca de Munich), Venus ante el espejo (colección Licchtenstein), la Huida a Egipto (Museo de Kassel y colección Gulbenkian, Lisboa).
Son de los años 1613 y 1614 respectivamente. El único «pero» puede ser cierta monotonía, que hay que disculparle, ya que su talento «homogeneiza» toda la materia prima y le confiere un sello rubensiano que es lo que ha sido más imitado y, por último, lo único que es inimitable. Aquí quedarían El rapto de las hijas de Leucipo y de La última comunión de San Francisco, y quizás hubiera que agregar El hijo pródigo (Amberes).

Cuarto período evidente (1620-1630), el que se inicia por las series de pinturas para San Carlos Borromeo de Amberes y el Palacio del Luxemburgo en París. Muchos retratos corresponden a este período «cortesano», que coincide con sus diez años de diplomático. Ya se ha hecho mención de las series. De los retratos hay que decir que no todos brillan a gran altura. Parecen estar ejecutados muchas veces para «quedar bien». Sin embargo, no hay que olvidar dos importantes obras de este mismo período: la famosa Adoración de los Magos del Museo de Amberes y La conversión de San Bavón, que se encuentra actualmente en la catedral de Gante.

Es, no obstante, el segundo lustro del período 1620-1630 el más interesante. Sobre todo, ese año clave que es 1628. Algún último retrato de su esposa Isabella (Uffizi, Florencia) y dos culminaciones: los grandes cuadros de altar que se llaman igual pero son muy distintos: La Virgen rodeada de santos, respectivamente de las iglesias de Saint-Jacques (capilla funeraria de Rubens) y de San Agustín (Amberes). Son éstos dos de los momentos mayores y más logrados de Rubens. Todo lo mejor está en ellos presente: una composición monumental, una movilidad del pincel.
A pesar de la variación cromática, se diría que una calidad «perlada» lo unifica todo: luz y sombra, cromatismo y hasta la materialidad de lo representado.
Podría hablarse ahora del último momento en la década que precede a la muerte del pintor. Quedan aún grandes composiciones: El martirio de San Livino (Museo de Bruselas), San Ildefonso recibiendo la casulla de manos de la Virgen (Museo de Viena), La subida al Calvario (Museo de Bruselas), el enorme e inconcluso Milagros de San Benito. No es cuestión de repetirse. Lo que ha hecho la fama de Rubens está aquí presente en esta pintura religiosa de inspiración católica de la Contrarreforma.
pintura barroca
Adoración de los Magos de Rubens (Museo del Prado, Madrid). Pintado hacia 1609 por encargo del Ayuntamiento de Amberes, este gran lienzo, de composición claramente triangular, fue regalado al embajador español Rodrigo Calderón y el pintor lo amplió luego, unos quince años después, durante su estancia en Madrid. Añadió entonces su autorretrato a caballo, que se ve a la derecha, cuidando de no romper el estilo original. Las ofrendas cuantiosas que traen los Magos en su cortejo oriental obligan a doblar las espaldas de los esclavos, cuya vulgaridad se contrapone a la inefable delicadeza de la Virgen que presenta gozosa a su hijo, un niño regordete.

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