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Historia del Arte

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Vermeer de Delft (IV)

En adelante, Vermeer posee su lugar escénico. Fuera de dos paisajes (La callejuela, Amsterdam, y la Vista de Delft, La Haya) y de algunas figuras aisladas, todo lo que pinte estará situado cerca de la ventana abierta o cerrada. Todo será el análisis de lo que puede suceder a personajes diversos, ocupados o desocupados, según que la luz entre en oleadas, a pleno sol, con la ventana abierta o por reflejo de la fachada del otro lado de la calle que hace que los rayos vengan alternativamente de la parte baja o de la alta, o más aún, que la pieza sea observada desde otra habitación, como un foco de claridad entre dos zonas de sombra (La carta de amor, Amsterdam).
Vermeer ha descrito, así, totalmente, de la mañana hasta el anochecer, la luz tal como entraba en una morada holandesa del siglo XVII, espacio repartido en salas adosadas a las ventanas que las limitan y que las abren, sin abrirlas, puesto que nunca la composición, salvo en los dos paisajes, dirá lo que hay fuera.

La habitación se convierte, de esta manera, en una especie de laboratorio en el que la pintura experimenta, sobre escenas placenteras, dosis diferentes de claridad. La opinión se ha interrogado, naturalmente, sobre ese mundo cerrado. El hecho de que durante los casi veinte años de pintura que las fechas de su vida le señalan, Vermeer no haya salido de este lugar escénico si no es por paisajes vistos desde una ventana, invitaba a pensar que el pintor de este universo cerrado se había visto físicamente obligado a la reclusión, que quizás había tenido dificultades para desplazarse. Hoy se piensa que esta invalidez, si existió, no explica esa obra, no añade nada al retrato imaginario que se puede trazar del artista, que no se ha representado a sí mismo más que de espaldas en el famoso cuadro El taller del pintor (Viena).
Vermeer nació el mismo año que el filósofo Spinoza. Contemporáneo suyo, exactamente, en Delft, fue el biólogo Anthonie van Leeuwenhoeck, que se ocupará, por lo demás, de su sucesión. ¿No es tentador pensar que haya podido haber entre estos tres hombres algo más que la normal comunidad de generación? Spinoza vivió del pulimento, es decir, de la fabricación especializada de vidrios ópticos.

Leeuwenhoeck perfeccionó el microscopio hasta el punto de descubrir las células de la sangre y los espermatozoides. Vermeer se sirvió, con toda certeza, de los aparatos ópticos tan apreciados por los pintores desde el Renacimiento -entusiastas de la experimentación- y en particular de la famosa cámara oscura que reducía al plano del cuadro la realidad tridimensional. Aparte de las técnicas ópticas que ocupaban a los tres hombres, es posible que pudiera también aproximarles cierta manera de pensar. Manera salida de la técnica misma: con una lente se cambia el mundo.
Y esta curiosidad se une a la corriente de pensamiento, difundido y discutido en una de las obras del propio Spinoza, que pedía que cada ser descendiera a sí mismo para conocer el mundo. Descartes había asentado las reglas de esta reflexión sin ningún a priori. Antes de él, interrogarse era encontrar a Dios inmediatamente y dialogar sobre las razones del universo. Acceder, de repente, a la teología. Con Descartes las cuestiones que se plantearon estuvieron basadas sobre algunas experiencias de física, risibles quizá, pero en las cuales la opinión ponía bastante esperanza para prolongar la parte terrestre del debate y para situar los problemas aquí abajo, durante el mayor tiempo posible.

Ese aquí abajo de Vermeer parece haber sido curiosamente mundano. En verdad que se ven algunas sirvientas (La lechera, diversas doncellas). Pero La encajera es demasiado elegante para ser una obrera. La mayor parte de los personajes pertenece al mundo descrito por Ter Borch. Las mujeres visten de armiño, se prueban collares de perlas, usan vidrios preciosos y aguamaniles de lujo, tocan instrumentos muy caros. Escriben muchas cartas y se podría pasar de un cuadro al otro como se sigue una novela epistolar que muy bien hubiera podido ser la de «Las preciosas». Por lo demás, la pieza de Moliere Las preciosas ridículas es de 1659: es la sátira de las damas de Vermeer. También había preciosas en los Países Bajos.
Sin embargo, Vermeer pintó a esos personajes de una manera tan ideal que cuesta trabajo tomarlos como ilustración de un mundo del que se sabe claramente que confundía complicación y finura. Su manera da a todo lo que toca una especie de calidad mística y que no puede ser, en estos cuadros decididamente realistas, más que metafísica.
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La callejuela de Vermeer (Rijksmuseum, Amsterdam). Este es uno de los pocos paisajes exteriores que pintara Vermeer a partir de la Joven dormida.

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