Constantinopla, la nueva Roma


El establecimiento en Bizancio de familias patricias romanas, la división de la ciudad en colinas y barrios, como Roma, y el decreto en que se ordenaba fuese llamada "Nueva Roma" mantuvieron la creencia de que Bizancio, o Constantinopla, como se la llamó, no fue en su origen más que una gran colonia romana que, por el capricho de un emperador, se estableció en los estrechos que separan a Europa de Asia. Aunque ya Diocleciano se había establecido en Nicomedia y en Split; y Constantino, preocupado por la misma necesidad de poseer una capital en Oriente, se fijaba en la pequeña población griega de Bizancio. Era ciudad oscura, que había tenido hasta entonces participación insignificante en la Historia. Su asiento resultaba favorecido por la vecindad de las canteras de mármol del Proconeso, en la ribera asiática, donde quizá florecieran los talleres de marmolistas que enviaron capiteles y relieves a las más lejanas ciudades del Imperio.
Tras las obras llevadas a cabo por Constantino, una calle central iba del extremo oeste de la puerta de las murallas hasta la gran plaza cuadrada, llamada del Augústeo. Allí estaban los principales edificios de Bizancio. La Mese (que en griego significa "intermedio") era una vía porticada como la Vía Recta de Jerusalén, y en sus soportales se abrían las tiendas de los orífices, especieros y cambistas.
El Augústeo, o Plaza Mayor, guardó durante toda la Edad Media la disposición que tenía desde su origen en tiempo de Constantino. Alternando con sus columnas, se habían instalado en ella las más célebres obras del arte pagano. Para proveer de esculturas famosas a la nueva capital, se despojaron las antiguas ciudades de Oriente. De Atenas, de Rodas, de Antioquía y de Seleucia habían llegado en abundancia las estatuas; y se conservaba el recuerdo de una opulenta matrona romana que envió graciosamente varias columnas de pórfido para cooperar al pensamiento del cesar cristiano.
Este doble carácter de ciudad helenística y capital cristiana no lo perdió nunca Bizancio en toda la Edad Media; cuando los cruzados, en el siglo XIII, se apoderaron de Constantinopla, pudieron aún destruir el gigantesco Hércules en bronce de Lisipo que se conservaba en uno de los lados del Augústeo. En cambio, una cruz monumental, con gemas, se levantaba en medio del Foro, y la imagen del Buen Pastor parece que había sido adoptada para adornar las fuentes.
A un lado del Augústeo se levantaba el Senado, uno de los más bellos edificios de la capital; en otros dos, se elevaban por detrás de los pórticos las fachadas del Hipódromo y del Palacio Imperial; en el cuarto, en fin, se presentaba de lado la iglesia de la Divina Sabiduría o Santa Sofía, edificada primero por Constantino y reconstruida después con tanto esplendor por Justiniano. De todos los edificios del Augústeo, Santa Sofía es el único monumento que se ha conservado hasta nuestros días: el Senado y el Palacio Imperial han desaparecido sin dejar huella, y del Hipódromo no quedó, en la Constantinopla turca, más señal que la de su emplazamiento gracias al obelisco egipcio traído por Teodosio, con su base cubierta de esculturas. Durante toda la Edad Media se irguió en el centro de la espina. La superficie del Hipódromo forma hoy todavía la plaza del Al-Medián; sólo por él y por Santa Sofía se puede señalar el asiento de los demás edificios de este grupo monumental del centro de la ciudad de Bizancio, cuya posición conocemos por descripciones literarias.
La iniciativa de Constantino fue secundada por los ricos patricios, a los cuales podríamos llamar ya grandes feudatarios, que se trasladaron de Roma a Constantinopla, con sus bienes y familias. Como los nobles barones medievales, más vecinos a la realeza, y los cardenales del Renacimiento, algunos de los primeros magnates bizantinos tenían residencias magníficas que competían con las de la Corona. Una de ellas, de un tal Lausos, era de proporciones colosales: el grupo de su palacio y dependencias ocupaba un barrio entero al lado de la calle transversal de la Mese. Cuando alguno se resistía a expatriarse de la vieja capital, Constantino encontraba la manera más expedita para convencerlo. Probablemente no es auténtica, pero sí muy significativa, la anécdota de que Constantino envió a Persia a doce de sus más ricos generales con la excusa de una campaña; en tanto, hacía venir a Constantinopla sus familias y encargaba a sus arquitectos que reprodujeran en Bizancio los palacios que poseían en Roma, con el mismo número de puertas y ventanas.

Yerebatan Sarayi
Yerebatan Sarayi (Estambul). Cisterna del siglo V, una de las construcciones bizantinas más antiguas que subsisten.
Sus 336 columnas de mármol sostienen un sistema de bóvedas esféricas de origen oriental.

 

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