El mosaico y la pintura tras la crisis iconoclasta


Más que la arquitectura, el verdadero arte nacional bizantino fue la pintura. Así como en la antigüedad clásica, griega y romana, las estructuras marmóreas de los grandes templos se decoraban con relieves y esculturas, las paredes y cúpulas de ladrillo de este arte griego cristiano de la Edad Media se revestían con decoraciones policromas de mosaico, y si no podían ser de este material rico, con frescos y pinturas. Para las composiciones religiosas, los pintores disponían de repertorios facilitados por los monjes, donde se les indicaba el lugar que debía ocupar cada personaje.
Se conservan dos tratados de la pintura, y en ellos está precisada la manera como se representarían las escenas del Antiguo Testamento, las doce fiestas mayores, los Concilios o escenas de las vidas de santos. Por esta causa, la serie de tipos bizantinos parece que debería ser de lo más fijo y matemático de la Historia del Arte, porque no sólo se disponía litúrgicamente la composición de cada escena, sino también el lugar que debía ocupar en el conjunto decorativo de la iglesia.
Así, por ejemplo, en el ábside descollaba la figura gigantesca del Pantocrátor o Todopoderoso bendiciendo y con el libro en la mano, donde estaban escritas las palabras del Señor: Yo soy la luz del mundo. Esta figura, a veces, es sustituida por la Virgen sentada en un trono, pero con el Niño en los brazos. A cada lado, dentro de la iglesia, escenas del Antiguo y el Nuevo Testamento iban en orden correlativo, para facilitar la enseñanza de su contenido a los fieles que ocupaban la nave.
La pared del fondo, en el interior de la fachada era el lugar más a propósito para el cuadro del Juicio Final, y en las paredes laterales de las naves menores se desarrollaban las hileras de santos de la Iglesia griega, cada uno con su fisonomía característica. Es interesante observar allí los rostros ascéticos e inmóviles de los santos caballeros Jorge, Demetrio, Néstor y Teodoro, vestidos con el uniforme de las milicias imperiales; los santos padres y confesores, con los largos mantos de los sacerdotes bizantinos, mientras los Apóstoles llevan aún la toga de los filósofos antiguos: unos, como Pedro, Pablo, Juan y Andrés, barbudos siempre; otros, como Tomás y Felipe, siempre imberbes.
En las pechinas de las bóvedas iban grandes serafines de múltiples alas, mientras en lo alto, dentro de las cúpulas, una faja formada por los profetas rodeaba la mano del Sumo Hacedor saliendo de una nube. Este es el repertorio clásico de los primeros tiempos del arte bizantino anterior a la querella iconoclasta, con predominio del elemento teológico sobre el piadoso o devocional; después se dio más importancia a los episodios evangélicos y aun a las vidas de los santos. Entre estos dos períodos -el teológico y el piadoso- hay que intercalar la época iconoclasta, durante la cual no se permitió en absoluto ni aun la representación de las personas divinas.
Después de la querella de las imágenes, con el renacimiento pictórico que siguió a la represión, los artistas se lanzaron con ímpetu cada vez mayor a restaurar y reproducir los antiguos iconos.
Los mosaicos fueron librados de su sudario de cal, y los frescos repintados. Pero ya no se pintó con el mismo estilo hierático y teológico de antes: se trató a las santas personas con nueva familiaridad, porque los artistas habían sufrido tanto como los iconos durante la persecución, ya que muchos habían sido mutilados o desterrados. Además, se permitieron nuevos asuntos, más íntimos, más personales. Así como en el período anterior a la persecución iconoclasta el que podría llamarse protagonista de la pintura bizantina fue el Redentor, Salvador, Sóter, después de la persecución la predilecta es la Madre, la Matertoi, la Teotokos.
Los episodios de la vida de la Virgen son las que usurpan el lugar destinado a las composiciones bíblicas. Las tiernas escenas del episodio de Joaquín y Ana, de la Presentación en el Templo, la Visitación y la Anunciación acaban por prevalecer sobre las escenas de la Pasión y Resurrección. El repertorio de la vida de María estaba enriquecido por los Evangelios apócrifos, sobre todo el Protoevangelio atribuido a San Jaime, verdadera novela mística llena de milagros y aventuras sentimentales.
Pero aun dentro del terreno teológico, se imaginó para la Madre un servicio más humano y terrenal que el que le asignaban anteriormente. Antes de la querella iconoclasta, María con el Pródromos o Precursor, ya en la Gloria, intercedían por los pecadores. Ambos, la Madre y el Precursor habían sido los primeros en reconocer al Mesías; era justo que Jesús les concediera atención especial en el Paraíso. Así, la Madre y el Pródromos son los que están más cercanos al Cristo en la Gloria. Los doctores bizantinos no se contentaron con esta intercesión permanente y regular de María, sino que concibieron algo más profundo y sublime: la oración al pie de la Cruz, cuando Jesús, ya consumado el sacrificio, y por consiguiente realizado el acto de la Redención, todavía está vivo. Crucificado y exangüe, abre los ojos para escuchar la súplica de su Madre y el Discípulo amado por la humanidad doliente. Es lo que se llama la Deesis, o perfecta plegaria, la oración al Hombre Dios todavía aquí en la Tierra..., y realizada por la Madre y Juan, los únicos que le permanecieron fieles en el Calvario.

Mosaicos de la galería sur de Santa Sofía
Mosaicos de la galería sur de Santa Sofía, en Constantinopla (Estambul), los únicos del siglo XII que subsisten en la ciudad. La Teotokos, la Madre, será la protagonista de la mayoría de las pinturas bizantinas creadas tras la persecución iconoclasta.

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