El retrato escultórico y los marfiles


En el arte que parece ir a la zaga, que es la escultura, los bizantinos debieron de hacer también mucho más y mejor que cuanto pueden revelarnos las pocas obras que se han conservado.
bizantinos en que no se percibe ningún intento de embellecerlos; casi pecan por extremado realismo. Las facciones se reproducen con todo lo que tienen de peculiar y hasta de vulgar. Pero nunca son insignificantes ni de pobre ejecución. Una estatua gigantesca de bronce, quizá un retrato del emperador Heraclio y la única de las muchas que debieron de levantarse en las plazas de Bizancio, se ha conservado por milagro.
La llevaban los venecianos como parte del botín de la conquista de Constantinopla, el año 1204. La galera que transportaba el coloso de bronce embarrancó en la playa del Adriático junto a Barletta, y los habitantes de esta ciudad la desenterraron de la arena para colocarla en su plaza de mercado.
El marfil Barberini, llamado así por haber pertenecido a uno de los cardenales de esta familia pontificia y que se conserva en el Louvre, contiene otra importante figuración de un emperador bizantino de esta época, anterior a las luchas de los iconoclastas. Se le considera labrado a finales del siglo V o principios del VI. Es la hoja de un díptico, compuesta de varias placas (cinco, por faltar una del conjunto); la central, que es de grandes dimensiones (34 centímetros de altura), se supone que representa al emperador Zenón (muerto en 491), el cual, vistiendo loriga, con el manto imperial y la diadema, aparece montado en su ataviado corcel, e hinca en el suelo la lanza, que un bárbaro toca en señal de sumisión.
Una Victoria alada aparece junto a la cabeza del emperador, para coronarlo, mientras que entre las patas levantadas del caballo, la Tierra, con el regazo lleno de frutos, sostiene un pie de la figura imperial, que exhibe el calzado militar. En las demás placas aparecen, en lo alto, el Salvador imberbe, con el cetro y en actitud de bendecir, dentro de un nimbo con el Sol y la Luna, que sostienen dos ángeles; a la derecha del emperador, un escudero soporta una estatua de la Victoria, y otra placa en la parte baja, formando friso, representa a bárbaros y genios que aportan presentes exóticos.
Otros retratos revelan la meticulosa burocracia civil y religiosa de Bizancio. La presencia, desde los primeros siglos del Imperio bizantino, de varios retratos de magnates llenos de carácter, como los que figuran en los llamados dípticos consulares, placas dobles de marfil esculpidas en conmemoración del acceso de algún encumbrado personaje a la dignidad consular. Estos magnates son representados, con su túnica bordada de pedrería, en el momento de alzar el pañuelo para dar la señal de comenzar los juegos en el circo. Cada año se celebraba la invención y el buen gusto del nuevo cónsul por la manera como ejecutaba su díptico que, el primer día de su mandato, era entregado en diversos ejemplares a los invitados a la recepción que ofrecía en su casa.
Algunas princesas o emperatrices de Bizancio merecieron los honores de su representación escultórica. Son las grandes damas de la edad de oro bizantina, aún con la fortaleza romana, tales como Teodora, Ariadna o Eudoxia, capaces de infundir valor a sus esposos, o ya sirviendo de regentes en casos de minoría de edad, ya gobernando por cuenta de los emperadores en casos de ausencia. El torbellino de intrigas femeninas, conspiraciones de gineceo, que levantó y derribó dinastías en Bizancio, apenas empieza a manifestarse con anterioridad a las querellas iconoclastas.



La emperatriz Ariadna
La emperatriz Ariadna (Museo del Bargello, Florencia). Este marfil del siglo V representa probablemente la hija de León I, que casó primero con Zenón y luego con Anastasio I. Aparece enmarcada por águilas romanas y columnas corintias; cubierta de joyas, lleva en su izquierda el globo con la cruz, signo de que rige los destinos del Imperio Romano de Oriente. Los ojos, de una fijeza glacial, y su actitud inmóvil la hacen semejante a un ídolo lleno de poder y misterio.