El claustro, excepcionalmente dispuesto en el costado norte del edificio, es otra de las joyas de la catedral por su importancia arquitectónica y escultórica. Se levanta después que el templo y en un único impulso constructivo a juzgar por su aspecto uniforme.
Aunque las obras comenzaron a finales del siglo XII (en 1194), bajo la prelacia de Ramón de Castelltersol, algunos indicios muy elocuentes permiten suponer que el conjunto se ejecutó, en su mayoría, a partir de la segunda década del siglo XIII: el arzobispo Ramón de Rocaberti, en una manda testamentaria de 1214, destinaba una cantidad anual para las labores del claustro; ese mismo año se documenta, además, un contrato relativo a la manutención de los obreros y a la explotación de unas canteras.
Los motivos heráldicos dispuestos en los cimacios de la galería septentrional (roques de ajedrez, pertenecientes a la familia Rocaberti) confirman esta datación.
Los trabajos en una empresa de esta magnitud bien pudieron prolongarse, según indica Camps i Soria, hasta más allá de 1250. En el recinto, de notables dimensiones y planta casi cuadrada, se reaprovechan abundantes materiales romanos.
De apariencia muy unitaria, casi todas sus crujías constan de ocho tramos enmarcados por gruesos pilares con columnas adosadas en su frentes que ascienden hasta el tejaroz.
Bajo éste discurre una galería de arquillos ciegos heptalobulados de clara raigambre islámica. Ante la ausencia de población musulmana en la ciudad que justifique la presencia de este singular elemento arquitectónico, se ha propuesto como fuente de inspiración la Alfajería de Zaragoza, si bien no debe olvidarse, según precisa Camps i Soria, el empleo de este mismo motivo en la puerta de la Anunciata de la catedral leridana y en el claustro barcelonés de San Pablo del Campo.
En cada tramo, arcos abarcantes ligeramente apuntados cobijan dos óculos con tracerías (algunas también de clara impronta islámica) y tres arcos de medio punto sobre columnas y capiteles que descansan sobre un podio.
Esta organización arquitectónica, que difiere sustancialmente de la habitual en las catedrales y monasterios románicos catalanes (Ripoll, Gerona, Sant Cugat del Valles), es más propia de las abadías cistercienses (Poblet); lo mismo sucede con el amplio desarrollo de la temática vegetal.
Todo ello no es óbice, sin embargo, para el diseño de un rico discurso iconográfico que se despliega en los capiteles y cimacios, en especial de las galerías norte y sur, y se centra en episodios del Antiguo y el Nuevo Testamento (creación de la humanidad, caída en el Pecado, encarnación, sacrificio redentor de Cristo, prefiguraciones…) salpicados con temas hagiográficos, fábulas y otros motivos.
Este amplio programa decorativo revela, desde el punto de vista estilístico, contactos con la catedral de Lérida y, sobre todo, con el claustro de San Bertrán de Comminges y con el segundo taller tolosano de la Daurade (activo en las pandas claustrales y en la fachada de la sala capitular).

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