La catedral de Gerona custodia, entre sus valiosos tesoros, una obra maestra en su género por su calidad, estado de conservación y dimensiones (4,15 x 3,65 metros): el célebre tapiz de la Creación, en realidad un bordado románico de extraordinaria belleza realizado en torno a 1100, que aún mantiene un vivo y suntuoso colorido.
Con la intención de servir de ornamento en el interior del templo, según era costumbre entonces, los motivos se bordan con lana sobre una gruesa urdimbre de lino y sus contornos se delimitan con punto de cadeneta. En lo que se refiere a la formulación iconográfica, se encuentran muy presentes modelos carolingios, bizantinos e italianos con una fuerte impronta antiquizante, tal como ya señaló P. de Palol y, más recientemente, M.A. Castiñeiras.
La composición se articula en torno al círculo ocupado por un Cristo joven e imberbe que bendice con la diestra, mientras en la izquierda soporta abierto el Libro de las Revelaciones. De este núcleo central parten ocho radios que dividen en sectores la circunferencia abarcante. Estos segmentos se decoran con los primeros pasajes del Génesis (separación de las aguas, creación del firmamento, del sol y la luna, de los animales, de Eva…); las personificaciones de los cuatro vientos como efebos desnudos que se sientan sobre odres y soplan largos cuernos les sirven de enmarque.
Una orla dividida en recuadros con las representaciones del sol, la luna, el año, las cuatro estaciones, los meses, dos de los ríos del Paraíso y las figuras de Sansón y Caín, encuadra todo el conjunto. La obra se completa con fragmentos de la historia de la Vera Cruz, y, sin duda, otras imágenes hoy perdidas (entre ellas, los dos ríos del Edén que faltan y quizá los planetas). Numerosas inscripciones identifican y aclaran los motivos bordados.
La idea rectora del programa es muy clara: Dios aparece como el Sumo Hacedor, como Cosmócrator y Señor del Universo en torno al que gira toda la Creación. La presencia insólita de episodios relativos al hallazgo de la Vera Cruz, donde fue inmolado Cristo, por el emperador Constantino podría explicarse, ajuicio de Castiñeiras, en virtud de las circunstancias que rodearon la ejecución del tapiz durante la prelacia de Berenguer Umberto (1094-1111), uno de los asistentes en el Concilio de Nimes de 1096 a la predicación de la primera Cruzada. Precisamente un año después y algo más tarde, en 1101, se celebraron en Gerona sendos concilios justo cuando el Papa animaba a Ramón Berenguer III para que se lanzase a la conquista de Tarragona, Zaragoza y Valencia.
Según el citado investigador, tales acontecimientos históricos «explican esa concepción casi imperial, o al menos ideológicamente áulica, del tapiz de Gerona, así como el protagonismo que en él se da al ciclo de la Santa Cruz». Estas escenas entrañarían, en consecuencia, una arenga a la lucha contra el infiel para la defensa y propagación de la fe.
Por último, la asociación que se establece entre las imágenes del tiempo, del Dios Cosmócrator y de Constantino ilustraría, también en opinión de Castiñeiras, la voluntad de fortalecer los vínculos de una todopoderosa Iglesia con el poder condal, encargado de restaurar y preservar el orden establecido.
Otra hipótesis sugiere la conjunción del tiempo natural y el cristológico, en suma, la coexistencia de una pluralidad de tiempos en el occidente medieval. Así, al tiempo cíclico, natural, marcado por la renovación anual de meses, estaciones y ciclos productivos, se superpone el concepto lineal de la historia del género humano que proclama el Cristianismo, con un inicio determinado por la caída de la humanidad (creación del universo y Pecado Original), un estadio álgido (encarnación de Cristo y su sacrificio redentor en la cruz) y un final (el día del Juicio, cuando se instaurará la eternidad y todos, los escogidos y los condenados, merecerán el castigo o la recompensa en función de su comportamiento en la tierra).
Entonces el tiempo, con la sucesión de sus días y sus noches, de sus meses y estaciones, será por fin abolido porque la Jerusalén Celestial «no necesita ni de sol ni de luna que la alumbre porque la ilumina la gloria de Dios y su linterna es el Cordero» (Ap. 21,23).
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