El ingreso occidental, realizado en torno a 1100, destaca por su tímpano, uno de los primeros del estilo. En él resultan excepcionales las prolijas inscripciones en hexámetros leoninos que glosan sus relieves. Estos epígrafes, aunque objeto de diversas controversias sobre su cabal lectura, son indispensables para descifrar el sentido de las imágenes.
El centro de este tímpano se decora con el crismen que, como la cruz, es el emblema del nombre de Jesús. Era costumbre situar uno u otro signo sobre el ingreso de las iglesias para proclamar que estaban consagradas al Hijo de Dios; además, el propio Cristo había dicho que Él era la puerta de la salvación (Jn. 10, 7). No obstante, un rótulo advierte que este monograma, con su alfa y omega y con la «S» del Espíritu Santo enlazada en el vastago de la letra griega rho (que por un error de lectura se convierte en una «P»), debe juzgarse como alegoría de la Santísima Trinidad.
Es una interpretación que se impuso en época románica a ambos lados de los Pirineos: «Si te afanas por entender esta escultura, lector, la Pe [indica] el Padre, la A el Hijo de doble naturaleza, la S el Espíritu Santo. Estos tres son en realidad un único y mismo señor». De esta forma, el sentido originario del motivo se enriquece y, como ha señalado J.M. Caamaño, de simbolizar a Cristo pasa a convertirse en una representación de la Trinidad. Además, tanto su forma geométrica de círculo con ocho radios (emblema de la eternidad), como las flores que lo adornan evocando el jardín celestial, son también en sí mismas imágenes trinitarias, según indican diversos textos patrísticos y eclesiásticos.
Sin embargo, el crismón de Jaca no reproduce una circunferencia, sino más bien una rueda de carro cuyos radios se ensanchan hacia el punto de unión con la pina. Caamaño observa que precisamente una rueda se trae a colación como símbolo de la Trinidad en la Crónica del Pseudo Turpín, cuarto libro del Códice Calixtino, cuando se narra el enfrentamiento entre Roldan y Ferragut. Interrumpido el combate, Roldan intenta instruir al gigante sarraceno en los dogmas de fe cristianos para convertirle. Éste le pide entonces que le aclare la contradicción existente entre un Dios que es a la vez uno y trino y Roldan, para disipar sus dudas, acude a una serie de símiles. Uno de ellos es la rueda: «Y como en la almendra hay tres cosas, cascara, piel y fruto, y a pesar de ello sólo hay una almendra, de la misma manera en Dios hay tres personas y un solo Dios… En la rueda del carro hay tres partes, a saber, el cubo, los rayos y las pinas, y sin embargo forman una sola rueda… de la misma manera resulta que en Dios hay unidad y trinidad». En el crismón de Jaca se alude, así, a este dogma de dos formas: por el monograma y mediante la rueda.
Este tema se convirtió en la España del siglo XII en un símbolo de la Trinidad, de la Pasión de Cristo y de su triunfo sobre la muerte y en una afirmación de la doble naturaleza, divina y humana, del Salvador. Para Moralejo, su resurgimiento iconográfico está estrechamente relacionado con el ideal básico de la reforma gregoriana: retornar a la pureza de la Iglesia primitiva, lo que propicia el florecimiento de formas y motivos paleocristianos como éste. Pero también puede conllevar una defensa de la ortodoxia frente a las disidencias heréticas y a las religiones antagónicas de la Península, el Judaismo y el Islam, que ven en laTrinidad un elocuente testimonio del politeísmo cristiano. En definitiva, además del sentido religioso, este tema entrañaría un significado político y temporal. De hecho, como señala R. Bartal, los emperadores cristianos utilizaron el crismón desde Constantino hasta fines del siglo VI como emblema de su papel de grandes defensores de la verdadera fe.
Cuando prácticamente ya había desaparecido en el resto de Europa, este anagrama se retoma en la Península para simbolizar la lucha contra el Islam; como tal se sitúa en los tímpanos de iglesias, castillos y sarcófagos y acaba asociándose a las casas reales hispanas y a la Reconquista. Este fenómeno se explica si se tiene en cuenta la imagen de los monarcas peninsulares como caudillos militares defensores de la fe y de los dogmas del Cristianismo que se ofrece en las crónicas medievales.
La Albeldense, por ejemplo, alaba la figura de Alfonso IX porque, a pesar de los problemas internos, «non dexó por eso de poner en obra dos cosas las más principales que Dios le encomendó en el regno, la una justicia, et la otra la guerra de los moros». A este carácter político se une el factor religioso, principal estímulo de hostilidad recíproca, perfectamente expresado en la Crónica Silense que interpreta la Reconquista como el esfuerzo por recuperar territorios de manos sacrilegas para convertirlos a la fe cristiana. De hecho, esta obra y la Chionica Adefonsi Imperatoris presentan a Alfonso VI y Alfonso VII como auténticos guerreros cristianos cuyas victorias sobre los musulmanes suponen grandes triunfos de la Cristiandad.
S. Moralejo observa cómo el crismen de Jaca, además, se superpone a una estructura radial de significado cósmico: las cuatro partes en que la cruz secciona el círculo de la rueda evocan las cuatro partes del mundo conocido, en cuyo centro se encuentra Cristo, representado por el monograma, como Señor y Creador del Universo.
La riqueza simbólica del tímpano que estamos analizando no se agota en esta lectura religiosa, temporal y cósmica. A ambos lados del crismón se afrontan dos leones en actitudes opuestas. Bajo las patas del felino figurado a la izquierda, un hombre postrado sufre el acoso de una serpiente que sujeta con sus propias manos. La inscripción (PARCERE STERNENTI LEO SCIT CHRISTUSQUE PETENTi) explica el significado de la imagen: «El león sabe respetar al que se postra, y Cristo al que se lo pide». El felino de la derecha, por su parte, aplasta a un basilisco y un áspid, emblemas de la muerte, como de nuevo aclara la correspondiente leyenda (IMPERIUM MORTIS CONCULCANS EST LEO FORTIS). El áspid más parece un oso que, como en una de las meto-pas del ábside sur, acerca su cabeza a tierra.
Durliat aclara que, según los bestiarios, este animal «es una especie de dragón al que se puede encantar con canciones». Para evitarlo, en cuanto se siente amenazado, «pega una oreja contra el suelo y tapa la otra con la cola, de suerte que no puede oír nada». De este modo se convierte en alegoría del mal cristiano y del hereje que no escuchan la palabra de Dios. Pese a la contaminación iconográfica con el oso, el sentido de la escena resulta obvio: el basilisco y el áspid, peligrosos para el hombre, aluden a la muerte y la tentación sobre las que triunfa Cristo, el león de Judá.
A este emblema de muerte espiritual se opone la imagen redentora. El pecador reconoce su falta, rechaza al animal diabólico y se postra ante el león. Éste, magnánimo, le absuelve y derrota a la serpiente. Un rótulo explica el significado global del conjunto: al cristiano arrepentido de sus yerros le está prometida la vida eterna gracias a la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte. Se pretende así incitar al fiel que se aproxima al templo a que, en palabras de Caamaño, «como mísero mortal entre suplicante, rehuya los alimentos ponzoñosos y limpie de vicios su corazón» si no quiere condenarse.
La reflexión teológica que entrañan estos relieves prosigue en los capiteles del pórtico, magistralmente estudiados por S. Moralejo. En uno de ellos Daniel, rodeado de leones, extiende la mano para recoger el pan que Dios le envía a través de un ángel por medio de Habacuc (Dan. 14, 31-38). Según el citado investigador, si los epígrafes y las imágenes del tímpano exhortan a la súplica y al arrepentimiento, este episodio bíblico ensalza las virtudes de un sacramento complementario, la eucaristía. En este contexto, no resulta fortuito que el pan entregado a Daniel tenga forma circular.
Además, en la ceremonia de la penitencia pública, acto litúrgico que se oficiaba ante las puertas de las catedrales e iglesias, se debía recitar a modo de confesión la plegaria de Daniel: «He pecado, he obrado con iniquidad, he cometido injusticias, apiádate de mí, Señor».
El fiel contrito del tímpano se asociaría entonces, como ocurre en Autum, con la imagen de Eva reptante, con la liturgia del Miércoles Santo. Ese día los disciplinantes entraban en el templo postrados y sólo se incorporaban tras obtener el perdón pascual. El tímpano y los capiteles de Jaca, con un programa iconográfico que hace hincapié en la necesidad del arrepentimiento y la Eucaristía para alcanzar la vida eterna, conforman así un decorado propicio para los rituales de penitencia pública que se desarrollaban a la entrada de la iglesia, a veces durante toda la Cuaresma.
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