El traslado de la corte asturiana a León en el siglo IX supuso un duro golpe para la ciudad de Oviedo. Con todo, tan negativa circunstancia pronto se palió, pasadas dos centurias, con la potenciación de su ministerio religioso gracias a la propiedad de un rico tesoro de reliquias rodeadas de leyendas piadosas.
Custodiadas en el Arca Santa (nombre que evoca el Arca de la Alianza judía), permitieron a Oviedo y su catedral, segundo centro de peregrinación en importancia de la Península asociado a Santiago, beneficiarse de la importante corriente migratoria del Camino Jacobeo.
Esta función fue trascendental para la ciudad hasta el punto de que sin ella su pasado medieval se hubiera desarrollado oscuro e ignorado, como el de Santander u otra villa cualquiera de la costa cantábrica.
En la Cámara Santa se ofrecía a la veneración de los devotos caminantes la nueva Arca de la Alianza, rectora del destino del pueblo visigodo y de su posterior éxodo a raíz de la invasión islámica.
De hecho, por aquel entonces, el obispo Pelayo describía el territorio astur como una Nueva Jerusalén amurallada por barreras montañosas y protegida por Cristo.
También la Historia Silense, escrita en el siglo XII, se refiere a Alfonso II El Casto como a un nuevo Salomón que, al construir la Cámara Santa, emulaba la ciudad de Jerusalén.

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