
La célebre Guía del Peregrino, escrita hacia 1160 por el clérigo francés Aymeric Picaud, situaba en Pamplona el final de la segunda jornada (de 28 km) del Camino Jacobeo, iniciada en la localidad pirenaica de Viscarret.
La desaparecida catedral románica
La catedral que conocieron los peregrinos durante los siglos XII y XIII era un magnífico edificio románico levantado en el lugar más elevado del Burgo de la Navarrería, primitivo núcleo romano desde el que se comenzó la repoblación de la ciudad tras la formación del reino.
Sin duda, el protagonismo y relieve que el obispo Pedro de Roda (1084-1115) deseaba conferir a su cátedra episcopal —poco tiempo antes restaurada tras sufrir las devastadoras razzias musulmanas del final del milenio—, supuso el estímulo necesario para impulsar la sustitución de la primitiva basílica por otra fábrica más ambiciosa trazada con el lenguaje arquitectónico del momento, el románico pleno, y acorde con las nuevas formulaciones artísticas que triunfaban en la época.
Este deseo, unido a razones de índole práctica, como la necesidad de espacios para la vida en común de los canónigos tras implantar la observancia de la Regla de San Agustín en el cabildo, inducen al prelado a iniciar un ambicioso programa edilicio.
En 1097 las obras ya habían comenzado pues, en esa fecha, una bula de Urbano II exhorta al rey Pedro I y a sus súbditos a favorecer con su apoyo la nueva fábrica de la catedral (ad construendam novam ibi basilicam).
La invitación se reitera en 1114, cuando Pascual II anima al monarca Alfonso I el Batallador a impulsar la conclusión del templo. En estos primeros años del siglo XII, abundan las referencias documentales sobre donaciones que los notables del reino destinan al edificio para granjearse una sepultura en su claustro.
Finalmente en 1127, el obispo Sancho de Larrosa (1122-1142) oficia la solemne ceremonia de consagración de la catedral, a la que asisten Alfonso I el Batallador y las principales autoridades civiles y religiosas del reino navarro. Es posible, no obstante, que las obras prosiguieran aún varios años, en particular en el claustro, cuya terminación se sitúa en torno a 1142.
El resultado fue un espacioso templo basilical de tres naves, otros tantos ábsides semicirculares escalonados, cubiertos con bóvedas de cañón y horno, y un amplio crucero visible en planta y alzado. Su hundimiento, en 1389, obligó a la construcción de la hermosa catedral gótica que en la actualidad contemplamos.
Más polémica resulta la participación en el proyecto de un tal Esteban, no sabemos si arquitecto o escultor, «maestro de la obra de Santiago» según rezan los documentos. Contratado al parecer por el prelado navarro, éste le retribuye en varias ocasiones con casas, viñas y otros bienes «a causa de tus buenos servicios que has hecho en el edificio de la dicha iglesia y por los que, si Dios quiere, harás».
Durante algún tiempo se le asoció con el maestro santiagués del mismo nombre que trabajó en el Pórtico de las Platerías. La crítica actual, sin embargo, rechaza esta identidad por cuestiones cronológicas y estilísticas, pese a reconocer la existencia de ciertas afinidades formales e iconográficas entre la portada compostelana y diversas piezas de la catedral de Pamplona (cabezas de felinos de cuyas fauces amenazantes brotan tallos, aves que se pican las patas…) procedentes de una portada que debió concluirse en torno a 1115.
La migración de los talleres gallegos a raíz de la revuelta burguesa de 1117 que tiene lugar en Santiago de Compostela, tras el incendio de la catedral, podría explicar, ajuicio de Moralejo, estas afinidades, por lo demás excelente testimonio de las relaciones artísticas que generan los caminos de peregrinación.
Apenas subsisten vestigios de este edificio, que debió ser excelso y uno de los conjuntos románicos más ambiciosos de principios del siglo XII, a juzgar por la calidad de los fragmentos escultóricos conservados hoy en el Museo de Navarra, en especial varios capiteles procedentes del claustro.
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