El afianzamiento y consolidación del poder episcopal está íntimamente vinculado al renacimiento de las ciudades que se opera durante el siglo XII en el occidente europeo. No conviene olvidar que este florecimiento procede de la vitalidad de los campos circundantes fertilizados por el esfuerzo y la fatiga de los campesinos; en suma, de la revolución agrícola que se produce en la plena Edad Media.
Gracias a este continuo y fecundo desarrollo rural, los burgos se repueblan y enriquecen, en buena medida porque en sus mercados se negocia con los excedentes agrícolas, muy abundantes, y eso favorece la circulación monetaria, cada vez más indispensable en una sociedad que se abre al comercio. Esa afluencia de dinero permite precisamente financiar la construcción de importantes edificios, sobre todo la de aquéllos que se convertirán en símbolos y emblemas urbanos por excelencia: las catedrales. A partir del siglo XII, las grandes empresas artísticas ya jamás abandonarán el marco ciudadano.
Por otra parte, la desmembración del califato de Córdoba en numerosas taifas, independientes y a menudo enfrentadas entre sí, crea la coyuntura favorable para el fortalecimiento y despegue definitivo de los reinos cristianos peninsulares.
Las frecuentes victorias sobre estas taifas islámicas proporcionan, además de la seguridad en las fronteras, una economía saneada gracias a los botines de guerra y a las «parias» o impuestos que debían satisfacer los vasallos musulmanes para garantizar su supervivencia política. Se crean así las bases de un nuevo período de prosperidad que estimula la migración a suelo hispano de mercaderes, comerciantes y artesanos del otro lado de los Pirineos; llegan atraídos por el señuelo de la riqueza económica y promoverán un gran desarrollo comercial y urbano.
El éxito y afianzamiento del Camino de Santiago, posible en virtud de la seguridad en las fronteras y los caminos y de la mejora de las comunicaciones, también contribuyó a este contexto expansivo de la sociedad peninsular del siglo XI.
La consolidación de la ruta jacobea genera una extensa infraestructura de servicios, indispensable para cubrir las necesidades materiales de los peregrinos, que impulsa la ya intensa actividad mercantil, el fortalecimiento de los núcleos urbanos existentes y la creación de otros nuevos. Como afirma J.M. Lacarra, el Camino, además de ruta de peregrinación, es la principal arteria comercial que cruza el norte del país, «la vía que más había de contribuir a la reactivación de la vida económica de la España cristiana y a su renovación social en los siglos XI y XII». No sólo Santiago de Compostela se convierte muy pronto en una próspera metrópoli medieval, sino que el intenso tráfago de personas y mercancías favorece el florecimiento de las ciudades que jalonan la calzada jacobea.
El Camino de Santiago, además de su relevancia religiosa, fue ante todo una arteria de poder político, que comunicaba las capitales de los reinos hispanos de la época (Jaca, Pamplona, Nájera, Burgos, León, Santiago), y de revolución comercial y urbana; dos factores decisivos, a juicio de S. Moralejo, para entender el extraordinario vigor artístico de los santuarios nacidos a su paso, y en particular de las catedrales cuyo papel en la formulación y desarrollo del nuevo estilo románico fue decisivo.
Testimonio elocuente de ello son los actuales templos de Jaca y Compostela, o los de Pamplona, Burgos, León y Astorga, desaparecidos bajo las imponentes fábricas góticas que los sustituyeron.
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