La lógica secuencia narrativa que hilvana las distintas escenas veterotestamentarias labradas en los frisos de los pilares, desaparece en los temas del Nuevo Testamento, ahora dispersos y desordenados en los capiteles exentos de la crujía sur. E. Junyent ha conseguido identificar algunos de ellos: la Anunciación; la Visitación; el Nacimiento; la Adoración de los Magos; la Degollación de los Inocentes ante Heredes; la Huida a Egipto, con San José conduciendo al asno con la Virgen y el Niño; y la Presentación en el Templo.
En este último relieve, alusivo a la continuidad de los Testamentos y al cumplimiento de la Ley Antigua por quien vino a sustituirla por la Nueva, María ofrece el Niño al anciano Simeón en compañía de San José, con cuatro palomas en el manto, la profetisa Ana y un ángel sobre sus cabezas.
Después, el relato salta al ciclo de la Pasión, que se compendia en dos escenas: la Entrada mesiánica de Jesús en Jerusalén, en actitud de bendecir y a lomos de un pollino, y el Lavatorio de los pies.
En el último capitel historiado de la galería meridional se reconoce la parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro. Mientras el avaro y su mujer disfrutan de un suculento banquete, el mísero mendigo, cuyo cuerpo ulceroso lamen los perros, muere de hambre. Al final, como recompensa a sus sufrimientos, dos ángeles recogen el alma de Lázaro para depositarla en el seno de Abraham, cincelado a continuación, y cuatro personajes rodean el cadáver de Epulón.
El pilar central de esta galería se dedica a temas apocalípticos de gran trascendencia simbólica. En la escena del descenso de Cristo al Limbo para rescatar a los elegidos y conducirles al cielo, el Redentor, con nimbo crucífero y un largo báculo, coronado seguramente por una cruz alusiva a su triunfo salvífico sobre la muerte y el pecado, derriba las puertas del averno (guarnecidas de hermosos herrajes) y tiende su mano a un barbado Adán, al tiempo que holla minúsculos seres diabólicos en presencia de un arcángel dispuesto tras Él.
Tras las figuras de dos ángeles que liberan a unos justos maniatados de las llamas infernales, se exponen los suplicios que sufrirán los reprobos incapaces de abandonar la senda del vicio a manos de crueles demonios.
Por su puesto, no falta la representación del castigo de la lujuria, pecado que más obsesiona en el mundo románico, a través de las lascivas mujeres cuyos pechos devoran serpientes y que, con el gesto de mesarse los cabellos, expresan su dolor y desesperación. Mientras, los demonios arrojan a los condenados a un enorme caldero dispuesto sobre un trípode y avivan el fuego con fuelles.
Un buen número de capiteles se decoran, asimismo, con animales reales y fabulosos que simbolizan las fuerzas del mal en constante acecho; o con escenas de lucha cuerpo a cuerpo y enfrentamientos armados muy expresivos del ambiente belicoso del momento.
Volver a Catedrales románicas en España