Tras la invasión islámica, que afectó profundamente a la organización diocesana peninsular, la Reconquista creará una nueva realidad política. Ésta repercutirá en las tradicionales divisiones eclesiásticas de época visigoda, pese a la voluntad de ajustar las diócesis restauradas o de nueva creación a las antiguas demarcaciones para restablecer la situación anterior a «la pérdida de España».
Esta reconstrucción y reestructuración se inicia en el siglo VIII, prosigue a lo largo de las dos centurias siguientes (Oviedo, Compostela, León, Astorga, Orense, Lugo, Tuy) y culmina y se consolida en los siglos XI y XII. A veces el proceso no entraña demasiadas dificultades, pues la actividad diocesana se había interrumpido por poco tiempo. En otras ocasiones, sin embargo, las sedes episcopales desaparecieron, se trasladaron o se crearon de nueva planta.
La reforma gregoriana influyó notablemente en la organización eclesiástica peninsular. En ella concurren intereses diversos: los papales, empeñados en la centralización y jerarquización absolutas; los monárquicos, coincidentes con los pontificios desde el punto de vista político; y los propios de los obispos que, preocupados ante todo por el fortalecimiento de sus diócesis, no dudarán en recurrir a las falsificaciones documentales para hacer valer sus pretensiones.
En unos casos se restablece la situación anterior al dominio musulmán, como ocurre cuando Urbano II, en 1088, confirma la mitra de Toledo como primada de España, pese a oponerse a ello algunas diócesis. Otras veces, se producen cambios significativos como el apoyo a la nueva mitra de Burgos, que absorbe otras sedes de origen visigodo, o el ascenso imparable de Compostela, diócesis de nueva fundación ligada a la tumba del apóstol.
En la restauración de los antiguos obispados o en la creación de los nuevos, realizada al compás del avance de la Reconquista, se aprecia la tendencia, por lo demás ya existente desde el Bajo Imperio, a adecuar y establecer un paralelismo entre la organización eclesiástica y la político-administrativa.
En el siglo XII ya están perfectamente configuradas cuatro provincias eclesiásticas: Santiago, Toledo,Tarragona y Braga, que se corresponden respectivamente con los reinos peninsulares de León, Castilla, Aragón-Cataluña y Portugal. A finales del siglo XIII, se crea la provincia eclesiástica de Sevilla, cuyo nacimiento obedece, no al correlato con un nuevo reino, sino a la restauración de la antigua Bética, ahora integrada en la corona de Castilla.
Esta división eclesiástica medieval se mantuvo con muy pocas y superficiales modificaciones hasta la entrada en vigor del Concordato con la Santa Sede de 1953 que, a juicio de A. Linage Conde, «pasó como una apisonadora sobre la realidad histórica, la tradición sacra y la genuina geografía, equiparando las antiguas diócesis con las provincias modernas».
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