El poderoso campanario, conocido como la Torre de Carlomagno, se inscribe plenamente en el grupo de grandes torres levantadas en el siglo XI (Vic o Cuixá) que tendrán amplia difusión durante dicha centuria y la siguiente.
En los siete pisos de su alzado cúbico se reconocen las arquerías ciegas y lesenas tan características de la decoración lombarda del primer románico catalán. La robustez de su fábrica explica, asimismo, que se aprovechase como sólido contrafuerte de los muros de la catedral gótica.
También hoy pueden verse el altar y la silla episcopal, ambos de mármol, y dos de los escasos ejemplos de mobiliario litúrgico románico conservados. Mientras es clara la semejanza del primero con un conjunto de piezas diseminadas por el sur de Francia y el norte de Cataluña, ejecutadas en su mayoría por los talleres de Narbona, capital de un extenso y poderoso arzobispado; la segunda, conocida como el Trono de Carlomagno, remite a modelos del sur de Italia, enriquecidos por influjos bizantinos. Con sus ornamentales relieves este asiento litúrgico, por lo demás análogo a los escaños civiles de príncipes y monarcas, se convierte en símbolo distintivo del poder eclesiástico.
Unos sinuosos tallos vegetales que culminan en los emblemas de los cuatro evangelistas decoran el frente de sus brazos.
Las arquerías cinceladas a modo de ornato en el tablero de la mesa de altar evocan los huecos tallados en las primitivas mesas apostólicas donde, en los primeros tiempos de la Iglesia, era costumbre depositar el pan eucarístico para cada uno de los comensales que participaban en la ceremonia.
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