A pesar de su gran importancia, las catedrales de Tarragona y Lérida no se convirtieron en modelo a emular, sin duda por la monumentalidad de sus fábricas; sólo en los monasterios cistercienses se levantaron templos de dimensiones semejantes.
Pero fue en ambos edificios, y en especial en Tarragona, donde la ornamentación escultórica, libre de las severas limitaciones impuestas por el Císter, alcanzó un desarrollo prodigioso, sin parangón en la Cataluña del siglo XIII.

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