En el exterior, la austeridad de los paramentos murales del templo, tan sólo animada por la barroca multiplicación de columnas en las ventanas, contrasta con la suntuosa ornamentación de la Puerta de la Anunciata donde los relieves invaden la cornisa, con el crismón; las arquivoltas, frisos y capiteles, con un profuso entramado vegetal que aprisiona personas y animales; y los dos nichos polilobulados de las enjutas que, en origen, cobijaban las tallas de María y el arcángel Gabriel (hoy en el Museo Diocesano).
A ellas y al epígrafe cincelado bajo el alero con el saludo angélico (AVE MARÍA GRATIA PLENA DNUS TECUM BENEDICTA TU IN MULIERIBUS) debe su nombre este ingreso. También se conoce como la Puerta del Palacio, por situarse delante de la residencia episcopal, y de los Novios, por ser el acceso obligado de todos los ciudadanos que deseaban contraer matrimonio.
La fecha de la inscripción funeraria que orla el vano indica que en 1215 éste ya se había concluido. Su escultura revela conexiones con el Frontal de Santa Tecla y el claustro, ambos en la catedral tarraconense, así como con el tercer taller tolosano de La Daurade.
La estructura de este ingreso, abierto en un cuerpo saledizo de la fachada sur, bien pudiera inspirarse, según X. Barral, en los arcos triunfales de la antigüedad. Al mismo modelo responde la célebre Puerta dels Fillols (de los ahijados), por donde entraban al templo los futuros neófitos que iban a recibir el bautismo.
Esta obra de mediados del siglo XIII, un poco posterior a la Anunciata y bajo un pórtico del XIV, fue durante mucho tiempo el acceso principal de la basílica.
Con su enmarañada y caótica ornamentación vegetal, sometida en las arquivoltas a una racionalización geométrica a base de semicírculos y líneas en zigzag, constituye, junto con la Puerta de la Anunciata, un elocuente testimonio de la destreza técnica de unos canteros que supieron conferir a la piedra un tratamiento preciosista, como si de una filigrana se tratase.

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