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Historia del Arte

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Catedral de Tarragona: Una portada apocalíptica en el claustro

La puerta de comunicación del templo con el claustro denota un tratamiento privilegiado, tanto por su tamaño como por el rico material utilizado: el mármol.

De hecho, la enorme amplitud de este ingreso ha suscitado diversas hipótesis sobre su destino original, entre ellas que fue concebido para la fachada oeste del templo.

Quizá su detalle más significativo sea, como señaló Camps i Soria, la presencia del parteluz, excepcional en el románico catalán, así como el uso de una iconografía apocalíptica que contrasta con su tardía fecha de ejecución, cuando ya se había superado el modelo tradicional del Pantocrátor con el Tetramorfos para insistir en la naturaleza humana del hijo de Dios.

Con toda seguridad, se trata de una obra reaprovechada, cuyas considerables dimensiones obligaron a rebajar su altura. En cuanto a su datación, algunos investigadores la sitúan en torno a 1200; otros, como E. Liaño, prefieren retrasar la fecha hasta cerca de 1230. Pese a esta cronología tan avanzada, la puerta sigue fielmente la más estricta tradición románica, tanto en la estructura arquitectónica como en el diseño iconográfico.

Consta de cuatro arquivoltas de medio punto que voltean sobre columnas con capiteles, salvo la interior, que lo hace directamente sobre las jambas; parteluz, dintel y tímpano donde se encajan tres piezas de mármol, la central enteramente ocupada por la mandorla con el Pantocrátor. El Tetramorfos con los atributos de los Evangelistas, el sol, la luna, las estrellas y una jugosa decoración vegetal completan su ornato.

El discurso iconográfico se vuelve más humano y esperanzador en los capiteles del ingreso que, aparte de los clásicos motivos vegetales, desarrollan un ciclo de la Infancia de Cristo. El relato comienza en el capitel del parteluz, considerado una de las obras maestras de la seo, donde se figuran la Natividad con la Virgen en el lecho atendida por tres parteras, San José somnoliento y el Niño en el pesebre calentado por el aliento del buey y la muía; la comparecencia de los tres reyes ante Heredes; y, por último, la Epifanía, con los magos ante sus cabalgaduras dispuestos a entregar los presentes al Niño que, sentado en el regazo de su Madre, les imparte su bendición.

La narración continúa en el segundo capitel del lado izquierdo con el sueño de los Reyes; éstos, acostados en el mismo lecho, reciben la visita del ángel para aconsejarles que en su viaje de regreso no se entrevisten con el monarca infanticida. Concluye en el otro extremo, donde las Tres Marías, con los tarros de perfumes en las manos, descubren el sepulcro vacío de Cristo, aún custodiado por los soldados, símbolo del triunfo del Mesías sobre la muerte y el mal.

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