Hacia los comienzos del II milenio a.C, las principales sociedades civilizadas seguían siendo las situadas a orillas de los ríos Tigris y Eufrates, en Asia, y del Nilo, en África, que vivían casi totalmente aisladas unas de otras. Pero este aislamiento estaba a punto de terminar. Las grandes organizaciones de Egipto y Babilonia empezaban paulatinamente a salir de sus propias fronteras para establecer relaciones comerciales con lejanos países: nuevas potencias, como la de los hititas de las montañas de Anatolia, surgían alrededor de estas antiguas civilizaciones y los límites del mundo civilizado se expandían de un modo considerable.
El enclave culminante de reunión de este grupo de pueblos estaba situado entre Egipto y la región de Mesopotamia comprendida entre los ríos Tigris y Eufrates, en una estrecha franja que se extiende a lo largo de la costa oriental del Mediterráneo y que actualmente incluye gran parte de Siria, Líbano, Israel y Jordania occidental. Sus tierras formaban la ruta terrestre entre Asia y África, y su costa era el punto terminal de las vías marítimas que unían Europa con estos continentes. En ella convivieron los pueblos más poderosos de la época, egipcios, hititas, babilonios, hebreos, fenicios, filisteos y muchos otros, lo que dio pie a un activo intercambio de culturas durante un periodo de mil quinientos años. Fueron muchos los pueblos que, enriquecidos con este encuentro, contribuyeron a difundir las ideas de la civilización. Entre los que mayor influencia ejercieron figuraban los descendientes de los primeros colonizadores de la región, primero llamados cananeos y más tarde fenicios.
Las aldeas neolíticas de las costas del Mediterráneo, a diferencia de los pueblos de los valles fluviales, no carecieron nunca de las materias primas que aquellos otros buscaban por medio del saqueo y del comercio, y no tenían necesidad de cooperar entre sí para realizar grandes proyectos de irrigación, ya que contaban con lluvias regulares, bosques abundantes y minerales, de los que extraían diversos metales. Con el tiempo, y gracias a esta estabilidad, establecieron pequeñas ciudades-estados, cada una con su propio rey, aunque probablemente sin un nombre colectivo.
Estas ciudades fueron absorbiendo oleadas sucesivas de emigrantes procedentes del norte y del sur, con lo que su estirpe se mezcló. En la época de los hebreos se les conocía como cananeos, y Canaán era el nombre de su país, denominación que partió probablemente de sus vecinos del norte, quienes les bautizaron con esta palabra que significa "púrpura", por ser famosos fabricantes de este tinte. Su especialidad era la púrpura "real" o "tiria" (de su ciudad de Tiro). Más tarde fueron llamados fenicios, nombre derivado de la palabra griega phoinis, que significa"purpúreo". Con esta denominación se identifica al pueblo que se concentró en los puertos de la costa oriental del Mediterráneo después que los invasores ocuparan el resto de la tierra de Canaán.
La potencia política y militar de los fenicios estuvo siempre eclipsada por la de otros países; en cambio, fue notable su poderío comercial. Desposeídos de la mayor parte de sus tierras, los fenicios se dedicaron a comerciar con otros países y a fundar colonias, a través de las cuales transmitieron las técnicas y las ideas orientales a la bárbara Europa.
Navegantes famosos, a veces piratas, los fenicios lograron imponerse, desde su estrecha región entre el mar y las montañas libanesas, en el Mediterráneo. Entre los elementos de civilización que llevaron al extranjero figuraba uno de invención propia y notable trascendencia: el primer alfabeto verdadero.
Los fenicios fueron, como principales navegantes, metalúrgicos, exploradores y mercaderes de su tiempo, importantes intermediarios de la civilización. Hornero, en su Odisea, describe la cualidad de transmisores de cultura de los fenicios: "Un día los fenicios, gentes muy hábiles en cuestiones de navegación, pero no menos falaces, llegaron a nuestras costas trayendo en sus naves infinidad de cosas curiosas y raras."
Aunque por lo general los fenicios fueron más intérpretes de otras culturas que creadores, ya que absorbieron elementos de las civilizaciones vecinas, no por ello dejaron de elaborar una cultura propia y un arte que, si bien ecléctico, supo asimilar y aportar una elegante y armoniosa síntesis de todo lo mejor y más refinado que las civilizaciones circundantes habían sabido realizar. Los descubrimientos de Pierre Montet y de Maurice Dunand han sabido revelar la riqueza artística de los fenicios rebatiendo el juicio de anteriores historiadores que declaraban que este pueblo no tuvo originalidad creativa.

Los pueblos del mar
El valor de la púrpura
Influencias egípcias y mesopotámicas
Época de expansión fenicia
Origen del alfabeto latino

Divinidad sedente
Divinidad sedente (Museo Nacional, Beirut). Inspirados por la estética primitivista de algunos de los pueblos del viejo continente con los que acordaron tratos comerciales, los escultores fenicios realizaron muchas figuras con rasgos africanoides, como los de esta estatuilla votiva.