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Historia del Arte

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Desmantelamiento de la forma compacta

Aunque sin igualar la impetuosidad creadora de Lipchitz, que llegó a París un año antes que él, en 1908, y menos constante en sus empresas que Laurens, Oleksandr Archipenko (Kiev, 1887-Nueva York, 1964) es el escultor al que generalmente se atribuye el mérito de haber iniciado este desmantelamiento de la forma compacta.

El fue el primero que hizo alternar lo cóncavo y lo convexo, que utilizó materiales transparentes y que aplicó el principio de los’Vacíos activos». Por el desprecio que su arte refleja de todo lo que es fugitivo y superfluo, especialmente su Silueta de 1910 y sus escultopinturas de 1912, a las que seguirán el Gondolero (1914) y la Figura de pie de 1920, sus obras hacen de Archipenko un iniciador que no explotó a fondo todas sus iniciativas.

La carrera y la obra de Laurens (1885-1954) están marcadas de un extremo al otro por la probidad de su mano y por la vitalidad de su inspiración.

Íntimamente relacionado con Draque, Laurens descubrió el cubismo a los veintiséis años junto a Picasso, y pronto empezó a interpretarlo libremente en sus bañistas, músicas, sirenas y centauresas, resueltas más mediante redondeces que mediante aristas, pero, sin embargo, muy poco naturalistas, incluso pese a que tienen en común con Maillol la exaltación de las formas femeninas y la inclinación por la alegoría figurativa.

Fuertemente marcadas por la estética de los años veinte, sus esculturas son, entre las de su generación, las que hoy parecen haber envejecido más deprisa.

Un poco en segunda fila respecto a los anteriores, menos puro en su creación, pero dotado de empuje y de ingeniosidad, Zadkine (Smolensko, 1890-París, 1967), fue la vivacidad hecha hombre y se constituyó un poco en francotirador del cubismo hacia el cual se había orientado algo después de su instalación en París (1909). Su Mujer del abanico, de 1914, es contemporánea de su primera exposición con los artistas del grupo.

Como puede imaginarse, las conquistas del cubismo no fueron asimiladas inmediatamente por el público. Joseph Csáky, otro escultor venido del Este y el primero, después de Archipenko, en unirse a los cubistas, contó a Michel Seuphor cómo, en la inauguración del Salón de Otoño de 1912, estuvo a punto de ser agredido por una multitud exasperada por su atrevimiento.

Sin embargo, este artista húngaro figura entre los más tímidos plásticos cubistas. Algo muy distinto a lo que sucede con el futurista Boccioni (una de cuyas obras fue destruida con motivo de su tempestuosa exposición de 1913 en la Galerie La Boetie) y con Raymond Duchamp-Villon, fallecido a los 42 años y que hoy puede ser considerado, a posteriori, como la esperanza número uno de la escultura, cubista y no cubista, de la época.

Duchamp-Villon manifestó estas cualidades desde 1911 en su extraordinario Baudelaire. Modernista, fascinado por la Torre Eiffel y por el maqumismo, fue sobre todo el autor del célebre Caballo (1914), del que existen muchas variantes y numerosos dibujos preparatorios. Se trata de una obra de una audacia poco común, cargada de dinamismo.

Es una escultura-atajo, una extraordinaria contracción en bronce de la esencia del caballo: la selección de ciertos músculos e índices característicos que una biela arrastra a un impetuoso movimiento sin cambiar de lugar.

Caballo-motor, escultura-máquina en la que triunfa lo que.su creador llamaba el «pensamiento sintético». La relinchante montura de Duchamp-Villon galopa entre el esquematismo de Ar-chipenko y el futurismo de Boccioni (1882-1916).

Duchamp-Villon tiene dos características en común respecto al futurismo: una concepción fundada sobre la sensación del objeto más que sobre el mismo objeto, y la aptitud para explicitar el movimiento que seguía estando latente en Rodin y en Laurens -y que él concentra- mientras que Boccioni lo descompone. El Caballo resume todo esto.

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