Sin duda es por el prejuicio que tiende a hacer de la escultura el pariente pobre de la pintura por lo que la enorme producción de Picasso en este campo, que bastaría por sí sola para darle gloria, ha sido considerada durante tanto tiempo como un pasatiempo del pintor.
Desde su primera figurilla en bronce -una Mujer sentada de 1902- al florecimiento de las cerámicas de Vallauris, que se inicia en 1947, y a los grandes recortes de chapa pintada, seguidos por los últimos monumentos en hormigón grabado erigidos, siguiendo sus planos, en Escandinavia, en Francia, en los Estados Unidos, el talento proteiforme del autor del Hombre del cordero (1944) se ha ejercitado en todas las direcciones y en todos los materiales. El Bufón con gorro de payaso (1905) constituye su primer hito notable.
La preocupación psicológica por la individualidad del modelo se sacrifica rápidamente, de una vez para siempre, en provecho de la expresión del volumen, como lo atestiguan la Cabeza de mujer de 1906 y algunas otras obras del mismo período, en las que se ha querido ver la influencia de la escultura iberoafricana: cabeza secreta como una máscara y que no Anuncia nada de la de 1909, más característica del cubismo, y todavía menos de aquellas, de tamaño mayor que el natural y llenas de imperiosas profuberancias encima de un cuello alargado, que nacen en 1932 en el taller de Boisgeloup.
En los años cuarenta y a principios de los años cincuenta, tiene lugar el triunfo de la escultura a partir de objetos de desecho: la Mujer con un coche de niño (1950), Cráneo de cabra y botella (con realce de color, 1951) y la Mona (1952), con la frente baja y la mandíbula saliente hechas con dos automóviles en miniatura sacados de una juguetería.
El vientre de la Cabra (1950) está formado también con un canasto de mimbre. Pero el estupendo Hombre del cordero, erigido en 1951 en la Plaza del Mercado de Vallauris, está modelado en cambio totalmente ex nihilo.
Si se insiste de este modo sobre Picasso es porque su fecundidad volcánica dio inicio a todo, lo presintió todo, y porque ofrece por sí solo como en una perspectiva caballera, un panorama casi completo de la escultura del siglo del que su actividad de creador ha cubierto una parte tan grande.