De estos panteones faraónicos, el más singular, cuya excavación ha causado grandes sorpresas, es el templo y tumba de la famosa reina Hatshepsut, en la ladera misma de la montaña. Este edificio, que lleva hoy el nombre árabe de Deir el-Bahari, o convento del Norte, ha sido explorado también por el Egypt Exploration Fund, que halló en él una cantidad considerable de esculturas y relieves.
Está situado junto al ya citado sepulcro monumental de Mentuhotep II y su disposición constituye verdaderamente una novedad: no se despliega en patios sucesivos, como lo hacen los demás templos egipcios, sino que, aprovechando las cortaduras del terreno, se levanta a distintos niveles en una serie de terrazas rodeadas de columnatas que sirven de pórtico a las capillas abiertas en la roca.
Las columnas con facetas tienen una elegancia de proporciones y una sencillez casi helénicas. El conjunto de terrazas ascendentes recuerda la idea general de la vieja pirámide escalonada del rey Zoser, de la III Dinastía. Así como este antiguo monumento está ligado al nombre del arquitecto Imhotep, el maravilloso conjunto de Deir el-Bahari lo debemos a Senmut, el favorito de la reina Hatshepsut, la constructora del templo.
Se asciende a las terrazas por escaleras monumentales. Los pórticos de Deir el-Bahari debían de preservar también de la luz y del calor las habitaciones destinadas a la gran reina, quien hizo perpetuar en los antepechos de las barandas de las terrazas las campañas victoriosas de sus generales, y aun de ella misma, cuando, con aspecto masculino y entereza varonil, combatió al lado de su padre, el dios Amón.
Están descritas también en estas terrazas las aventuras curiosas de sus soldados que, por encargo de Hatshepsut, exploraron la costa de África en un largo periplo en busca del árbol del incienso, producto que llegaba entonces impuro a través de los pueblos africanos del Sudán y de la Nubia, por la vía de las caravanas. Esta expedición al Punt, país del incienso y de la mirra, fue de todas sus iniciativas la que la reina consideró más gloriosa.
Hatshepsut encomendó su mando a sus dos confidentes, el arquitecto Senmut y el tesorero Tutiy; ambos se alabaron de haber llevado a buen término el viaje, en los epitafios de sus tumbas. Los relieves de la segunda terraza de Deir el-Bahari describen todas las peripecias de la expedición y terminan con el desfile de los soldados que regresan del Punt, cada uno cargado con una rama del árbol del incienso como trofeo.
Más abajo, en el llano, aunque siempre en la orilla izquierda del Nilo, al oeste de Tebas, existe el templo de Ramsés II, llamado hoy de nuevo el Rameseum, pero que los griegos conocían con el nombre de tumba de Osimandias. Aun equivocada, esta atribución demuestra que persistía el recuerdo del primitivo carácter funerario del edificio; pero todo en este monumento está cargado del recuerdo de Ramsés II, el gran conquistador, quien en relieves labrados en el muro parece vivir y respirar todavía, majestuoso, sentado en el trono, agitado en los combates o terrible cuando levanta la mano sobre la cabeza de los vencidos.
A veces, en un mismo templo se asocian los cultos del padre y el hijo, como sucede en el de Gourna, por ejemplo, comenzado por Ramsés I, el glorioso fundador de la XIX Dinastía, continuado por Sethi I y finalizado probablemente por su nieto Ramsés II. Pero, por lo general, estos monumentos funerarios fueron la obra de un solo reinado, concluidos a lo más por la piedad filial del sucesor.
La disposición de estos templos funerarios, con la única excepción del hipogeo primitivo de Mentuhotep y de la original construcción de la reina Hatshepsut, es siempre del mismo tipo y muy semejante, en la ordenación de sus elementos, a la de los edificios religiosos del otro lado del valle, que no tenían este carácter personalísimo de haber sido construidos para la glorificación de uno o dos monarcas. Ese mismo carácter personal explica el abandono y la destrucción a que forzosamente habían de quedar condenados con el tiempo estos monumentos, una vez desaparecido el culto que habían de prestarles sólo los sucesores de una misma dinastía.

Volver a Arte egípcio