Simultáneamente, un Comité de iniciativa privada, el Egypt Exploration Fund, creado en Londres para activar las excavaciones, empezó a colaborar de acuerdo con los franceses donde la labor de éstos era insuficiente, y los Institutos Arqueológicos alemanes e italianos y las universidades americanas tienen también comisiones casi permanentes de excavación.
Ya es de todos sabido que el descubrimiento en Rosetta, el año 1799, por un soldado de Napoleón, de una piedra con una inscripción trilingüe, en griego, en escritura demótica y en jeroglificos, permitió que Jean-François Champollion interpretase estos últimos, y, con su ayuda, la historia y el conocimiento de Egipto han avanzado enormemente.
La cronología de las dinastías se ha aclarado casi por completo, la lectura de las inscripciones y papiros no presenta ninguna dificultad, y cada día se publican nuevos textos; las imprentas académicas disponen hoy de las tipografías jeroglíficas como una cosa corriente, y se traducen los libros sagrados y las obras literarias de las más lejanas dinastías.
El viejo mundo egipcio, con sus dioses subterráneos y barcas solares, su moral extraña, de conceptos aún oscuros para nosotros, está renaciendo; su espíritu se incorporará de nuevo a la humanidad, y viviremos más ricos con sus ideas, como hoy circulan asimilados por los conocimientos actuales las ideas griegas y orientales.
El Egipto antiguo es un inmenso oasis que se extiende a lo largo del río Nilo sobre una longitud de dos mil kilómetros. La estrechez de esta franja de tierra fértil es tal, que, pese a su enorme longitud, cubre una superficie de sólo 30.000 kilómetros cuadrados (como la extensión actual de Bélgica).
A ambos lados de esta cinta verde fecundada por las aguas del río, se extiende el desierto. Con razón Herodoto, el primer viajero que visitó Egipto y que ha dejado un relato de su viaje, escribió que Egipto es un regalo del Nilo. Los antiguos egipcios dieron a su país el nombre de Kemi (Tierra Negra) a causa del color oscuro del limo que allí deposita la inundación anual del Nilo, y para diferenciarlo de los desiertos circundantes a los que llamaban Khaset (Tierra Roja). Los hebreos llamaban a Egipto Misraím y los griegos, desde Homero, Aigyptos, de donde viene el nombre con el que hoy se le conoce.
Hasta principios del siglo XIX, los monumentos más antiguos que se conocían de Egipto eran las pirámides, contemporáneas de la IV Dinastía y, por lo tanto, de tres mil años a.C. Por aquella época, Egipto había llegado a producir un tipo monumental perfecto, tenía ideas propias, poseía cierto estilo arquitectónico y un arte nacional.
Lo más singular era que no se conocían aún los tanteos preliminares de las pirámides; para llegar a resolver estos monumentos de formas tan simples, pero precisas, no se veían las vacilaciones de ensayos anteriores. La escuela artística de Egipto parecía haber nacido como Minerva, sin los dolores del parto, armada de casco y lanza de la cabeza de Júpiter.
Y no obstante, desde el año 1869, en el que Arcelin presentó en un congreso de arqueología los primeros sílex recogidos en el valle del Nilo, el problema de los orígenes del arte en Egipto no ha cesado de apasionar. Mariette, creyendo que esto disminuiría el carácter maravilloso de su antiguo Imperio, se negaba a la evidencia, combatiendo a Arcelin en estos precisos términos: «Los antiguos egipcios estaban de acuerdo en asegurar que su arte no había tenido infancia. Los monumentos y objetos artísticos más antiguos son los que llevan el carácter de una civilización más avanzada.
Cuando los egipcios vinieron a establecerse en el valle del Nilo, habían llegado al apogeo de su civilización. Los instrumentos de piedra, pues, no pueden serles atribuidos; pertenecieron todo lo más a la época faraónica, ya que, según Herodoto, los sacerdotes egipcios usaban útiles de sílex para preparar las momias y como instrumentos de cirugía…».
A lo que replicaban los prehistoriadores, desde luego, que el empleo de los sílex tallados para el rito funerario de preparar las momias, o para un servicio religioso como era tenida por entonces la cirugía, demostraba paladinamente que había existido un tiempo en que la piedra era el material único, porque es precisamente en las prácticas sagradas donde se perpetúan los recuerdos tradicionales de la antigüedad. El sílex, empleado en los usos religiosos, era el superviviente del pasado prehistórico, que se conservaba en medio de los mayores cambios, progresos y transformaciones industriales.
