El Imperio Medio

No se tienen noticias de qué acontecimientos políticos fueron la causa del hundimiento del Imperio Antiguo. Lo cierto es que al terminar la VI Dinastía desapareció prácticamente el poder central de los faraones de Menfis y se entra en un período anárquico, que dura un siglo y medio, que los egiptólogos conocen con el nombre de Primer Período Intermedio. La nobleza feudal y el poder aislado de las ciudades se reparten el país en un movimiento histórico que recuerda a la Edad Media europea y que ha hecho hablar de una "Edad Media egipcia".
Al llegar la que se llama XI Dinastía, se restablece de nuevo la autoridad real por una usurpación de
los príncipes de Tebas, en el Alto Egipto. Debió de ser hacia el 2000 a.C, y fue Mentuhotep II el príncipe tebano que restableció la estabilidad política y adoptó el título de Unificador de las Dos Tierras, o sea de los dos Egiptos.
Para entonces muchas cosas habían cambiado. El pueblo egipcio fue psicológicamente afectado por tan largo período de disturbios y su confianza en la estabilidad inmutable del mundo había sido golpeada con gran dureza. Todo ello se refleja directamente en el arte del Imperio Medio, en el que a la pasión por la Muerte sucede un amable tono menor, una poesía de la vida cotidiana que procura, al contrario, adoptar una melancólica posición de olvidar el pasado y aprovechar el presente.
La expresión del rostro de los faraones de este período pierde la majestuosa inmutabilidad antigua y se hace más simpática, impregnada de cierta tristeza. Las diversas expediciones de exploración al Alto Egipto, donde Mentuhotep II engrandeció su capital de Tebas, ciudad que continuaron embelleciendo todos sus sucesores, nos han proporcionado maravillosos retratos de los Amenemhet y de los Se-sostris de la XII Dinastía. Tienen un estilo inconfundible. Conservando los rasgos peculiares de la fisonomía de cada uno, están como envueltos en una atmósfera de tristeza y desolación que los hace extrañamente interesantes. Parece como si adivinaran que aquella restauración imperial tenía que ser ahogada por la terrible invasión de los hiksos que liquidó el Imperio Medio hacia el 1700 a.C.
El Sesostris I joven del Museo de El Cairo tiene una mueca fina que revela a un melancólico; este temperamento se manifiesta más en su otro retrato, ya anciano, que conserva el Metropolitan Museum de Nueva York. Lo mismo sucede con el rostro de ojos salientes y boca fuertemente cerrada, que hace un gesto amargo, del rey Amenemhet III, del Museo de Bruselas. Este estado de espíritu es visible incluso en la maravillosa esfinge de granito rosa del Museo del Louvre. El cuerpo de león y la majestad del klaft sobre la cabeza no le quitan su tensión angustiada. Por cierto que esta esfinge lleva los sellos de un invasor hikso, el rey Apopi, que así pretendió usurpar una representación faraónica de la XII Dinastía.
Pero, además de los acontecimientos políticos, hubo otras circunstancias que contribuyeron a dar este carácter tan particular a las esculturas del Imperio Medio. Entre ellas jugó un papel de singular importancia un nuevo desarrollo religioso. Ya se ha dicho antes que durante el Antiguo Imperio el culto al dios solar Ra gozó casi de un monopolio, especialmente entre los faraones y grandes personajes de las V y VI Dinastías. Pero durante el Imperio Medio, una nueva devoción, relacionada con el culto de Osiris, fue ganando un creciente prestigio como interpretación popular del destino humano. Osiris es el mito del dios que muere y resucita, es una divinidad subterránea, como la fertilidad de la tierra, que -frente a la religión de Ra- promete una inmortalidad abstracta que debe haber influido en el estado de espíritu que tanto afectó a la escultura del Imperio Medio.

Retrato del faraón Sesostris III

Retrato del faraón Sesostris III (Museo de Luxor, Egipto). Este retrato de Sesostris III (1878-1840 a.C), es considerado una obra maestra del arte del Imperio Medio. Los rasgos del faraón aparecen más humanos y alejados del hieratismo que impone su divinización.

En las pocas estatuas, retrato que se conservan de esta época, hay una aureola de tristeza que a veces se refleja en los rostros con una mueca de sollozo reprimido. Hasta las que están impávidas tienen como una parálisis enfermiza de gestos. Los retratos funerarios de grandes personajes como el sumo sacerdote Ankh-Reku, del Museo Británico, y el canciller Nakhti, del Louvre, parecen de gentes que llegaran del reino de Osiris tan aterrados por lo que han padecido en vida como por lo que van a encontrar después de muertos.
Lo mismo puede decirse de Amenemhet, del Museo del Louvre, que se titula a sí mismo nada menos que "jefe de los profetas de Shedit". Es posible que este sea el secreto de la belleza del arte del Imperio Medio: su expresión cohibida, unas veces, y, otras, dolorosa.
Sin embargo, la dificultad, cada vez mayor, de esculpir figuras exentas, obligó a producir estelas en relieve, que iban colocadas en la antesala del sepulcro y sustituían las estatuas de las primeras dinastías. Estas maravillosas estelas responden siempre al mismo tipo: el difunto está representado recibiendo las ofrendas, solo o acompañado de su esposa e hijos. Enfrente, los sucesores o parientes practican el rito mágico que espiritualiza los alimentos que le acompañarán en la tumba. El difunto extiende la diestra en gesto de recibir gustoso los manjares que le traen los parientes, mientras las mujeres aspiran el perfume de la flor de loto.
Respecto al estilo, los relieves del Imperio Medio revelan un importante cambio en la técnica. Mientras los relieves de las mastabas del Antiguo Imperio salían por entero del plano del fondo y tenían un delicado modelado, estas estelas tienen las figuras frecuentemente hundidas por debajo del plano del fondo. Con ello se consigue casi una doble silueta: la del contorno blanco, que marca la luz en los rebordes de la talla, y la de las sombras negras del plano más saliente.
A primera vista, se diría que esta técnica del"relie-ve hundido" deriva del deseo de ahorrarse trabajo, puesto que ha de ser más fácil excavar en la superficie sólo el espacio ocupado por las figuras que no excavar todo el fondo y dejar que únicamente sobresalgan éstas. Pero lo que llevó a rehundir en la superficie de la piedra los relieves del Imperio Medio fue el sutil placer de ver la línea doblemente acentuada con la doble silueta del blanco y del negro. Se diría que con ello se obtiene el efecto de un grabado al acero, y no es extraño que estos relieves hayan sido calificados de relieves "tipográficos".
En ocasiones, las figuras eran coloreadas -en tono rojo oscuro los hombres y rosado pálido las mujeres- como se puede ver en la estela del tesorero Mereu, del Museo Egipcio de Turín. Los perfiles exquisitos de los cuerpos, de líneas deliberadamente alargadas, parecen dibujos más que relieves. Todavía hoy transmiten el encanto de las gráciles y esbeltas figuras femeninas blancas de la estela del intendente Nakhti (Louvre), y de las suntuosamente coloreadas de la tumba de Djehuty-hetep (Museo de El Cairo), enfundadas en sus túnicas ceñidas sobre el cuerpo y con su provocador escote a la moda de la época.
Otra serie de figuras típicas del Imperio Medio son los llamados"modelos"o"maquetas"y las figuras de sirvientas o esclavas con las que se enterraban los grandes señores. Son piezas de madera que, en el caso de algunos "modelos", representan moradas enteras. En otros, granjas y talleres; la carpintería, el matadero, el granero o la panadería del señor feudal, con todos sus siervos trabajando en las mismas tareas en que se ocupaban en vida. Cuando el difunto era un gran general, se depositaba en su tumba una compañía de soldados de madera pintada, en miniatura.
Grande es también el placer que proporcionan las grandes y esbeltas figuras de las sirvientas, portadoras de ofrendas, como la famosa del Louvre, que pertenece a la XII Dinastía. Son graciosas y elegantes, de una belleza que parece más moderna que la de las canéforas griegas que llevaban en la cabeza, como ellas, la canasta de flores y frutas.
El final del Imperio Medio viene determinado por la invasión de los hiksos, un pueblo semita, procedente del desierto de Arabia, que invadió el Bajo Egipto hacia el 1700 a.C. Estos bárbaros, armados con espadas y lanzas de hierro y utilizando carros, dominaron el delta durante casi un siglo y medio. Los faraones les pagaban tributo desde su capital de Tebas, en el lejano Sur. Pero el 1580, Ahmosis, fundador de la XVIII Dinastía, los expulsó hacia Palestina. Con ello terminaba el Segundo Período Intermedio y se iniciaba la larga etapa que recibe el nombre de Imperio Nuevo.

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