También hay que proteger al país contra los elementos que pueden desencadenarse bajo el impulso de fuerzas nefastas: las inundaciones excesivas, los temblores de tierra, una sequía aniquiladora, epidemias, problemas sociales, etc.
En estas ocasiones, el faraón tiene que demostrar que puede dominar las turbulencias inherentes a las fuerzas cósmicas, la agresividad, la obcecación, las cuales no son otra cosa que manifestaciones desordenadas de los demiurgos.
En consecuencia, el faraón desempeña su papel enfrentándose al animal salvaje que – sin embargo – puede ser símbolo del poder, si respeta al hombre y si está dominado por su espíritu. Pero, entregado a sí mismo, en un mundo en desorden, este idéntico animal – toro o león – debe ser yugulado o destruido.
De este modo, resultan comprensibles las escenas paralelas a las de las batallas que, en el mismo cofre de Tutankamon, presentan al joven rey matando a toros y leones salvajes en pleno desierto, circunstancias que probablemente no vivió nunca.
El tema resulta tradicional: ¿No hace recordar a Amenofis III, a través de los textos de sus escarabeos históricos, los destrozos y capturas de esos animales que llevó a cabo? Y el tercer Ramsés hizo esculpir y pintar en los muros exteriores de su supuesto templo funerario de Medinet Habu, aquellas prestigiosas composiciones de la caza del león y, sobre todo, la de los toros, en la que el talento del dibujante ha expresado con una precisión admirable las formas y las actitudes, el galope de los caballos, la majestad del soberano, la cabalgada de los oficiales del rey, la diversidad de animales del desierto y la elegancia de sus formas, y, finalmente, la conmovedora agonía de los toros atravesados por las flechas en los pantanos de Kehneh, bordeados de cañaverales y llenos de peces.
Al producirse, en Amarna, la reforma «herética» de Amenofis IV (hacia 1375 a.C.), hubo que renovar la inspiración de los temas (puesto que la expresión del mundo ctónico estaba prohibida en toda clase de decoración), y ya no volvieron a aparecer escenas violentas: al no existir el mal, ya no era preciso exhibir la lucha para aniquilarlo, y las fuerzas del bien fueron acentuadas con énfasis nuevo gracias a las escenas del culto a Atón, dirigido por el rey y su familia, y a la aparición de los mismos soberanos representados en vastos cuadros que facilitaban al pueblo entero su contemplación; de este modo, el pueblo podía reconocer en esos intermediarios vivientes el ejemplo y la garantía de la obra del dios.

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