Otro maravilloso retrato de la reina, en cuarcita rosa, está en el Museo de El Cairo. Fue hallado, sin terminar, en el taller del escultor Tutmés, en Tell el-Amarna, y le falta la alta corona que, como en el busto de Berlín, debía completar su tocado. Tan hermosa debió de encontrarla el escultor que, aún sin terminar su obra, no pudo resistir la tentación de dibujarle en negro la línea de los ojos y pintarle de rojo la boca.
En otra escultura en piedra caliza del Museo de Berlín, Nefertiti es presentada desnuda, sin impudicia, pero sin falso pudor; se acerca lentamente, con los ojos maquillados por el kohol, pero en su triste mirada no hay ambición ni malicia. Un torso mutilado de cuarcita roja, del Museo del Louvre, permite apreciar la belleza del cuerpo de Nefertiti. Aquí usa una túnica finamente plisada de lino transparente, tara adherida a la piel como si el tejido hubiera sido mojado. La religión de Atón estimulaba a no esconderá cuerpo, obra divina, producto de los rayos del Sol.
En Berlín se conservan también varias estelas esculpidas y policromadas, halladas en Tell el-Amarna. En una de ellas, Akenatón jura que establece aquella ciudad para residencia permanente de la corte. En otra, el faraón y la reina están sentados en dos tronos, frente a frente, y acarician a sus hijas, las princesas.
En lo alto aparece el disco solar derramando rayos sobre sus personas. La más famosa de estas estelas es la llamada “de los enamorados en el jardín”. Como obra de arte es un prodigio de gracia. Akena-tón se apoya en un largo bastón y parece fascinado por la visión de la amada. Nefertiti, apartando la mirada, le ofrece el fruto de la mandragora, cuyo poder afrodisíaco era conocido en la Antigüedad. Su amplio manto transparente y abierto deja ver un cuerpo pequeño y fino.
A la muerte de Akenatón siguió el inevitable desastre. El reformador, el faraón hereje, había reinado sólo dieciséis años. Le sucedió su yerno Semenekh-karé, casado con la mayor de las princesas, pero el reinado de éste no duró ni un año. Probablemente, fue víctima de los sacerdotes de Tebas que esperaban recobrar su perdida influencia con otro faraón más manejable.
Fue otro yerno de Akenatón, que apostató rápidamente y se hizo llamar Tutankamon. Este joven, de quince años, es el faraón cuyo célebre sepulcro inviolado descubrió Howard Carter en 1922. La ciudad de Tell el-Amarna fue abandonada por completo, y Borchardt encontró señales de que el lugar había sido evacuado de forma precipitada por las personas que lo habitaban. Hasta se encontraron las bestias muertas en sus establos, y las casas con sus objetos como si pesara sobre ellos una terrible maldición.
La estela de los enamorados en el jardín (Staatliche Museen, Berlín). La reina Nefertiti, con la mirada apartada, ofrece los frutos de la mandragora a Akenatón. Según otra interpretación se trataría de la princesa Meritatón, hija de Akenatón, y de su esposo Semenekhkaré. En uno u otro caso se está ante una de aquellas escenas típicas correspondientes a la vida privada que el arte y los artistas de Tell el-Amarna se impusieron como deber enaltecer.