El lenguaje de los colores en Egipto está lejos de haber sido analizado totalmente, y todavía son muchos los detalles ignorados.
Un estudio detallado tal vez llegue un día a descifrar que en este país de la Tierra Amada, como en muchas otras partes del globo, los puntos geográficos podían estar representados, en la antigüedad, por tonalidades diversas.
Se ha pretendido explicar el epíteto de color otorgado al mar Rojo, utilizando la noción geográfica que los árabes, al igual que los chinos, tenían de los colores: en el campo de la egiptología, se puede afirmar que los egipcios designaban muy a menudo el mar con esta expresión: «el Verdísimo».
De hecho, en Egipto el color lo cubría todo: era indispensable tanto para la obra arquitectónica, como para las demás artes, antes de los actuales tiempos modernos. En este país de sol deslumbrante que es la Tierra de los Faraones, cuanto más viva sea la luz, más violentos resultan ser los tonos: las medias tintas sólo estaban reservadas a la decoración interior.
El color era la indumentaria de la arquitectura, su vestidura esencial: los complementos de la arquitectura, las esculturas exentas y el bajo relieve, también pasaban por las manos del colorista (en este caso, el término resulta más adecuado que el de pintor). Porque son muy raros los casos de relieves pintados llegados hasta la actualidad que permitan hablar de un auténtico arte del pintor.
A su vez, en las escenas que representan una ceremonia al aire libre o un cuadro campestre, el pintor nunca pudo o quiso evocar aquella extraordinaria degradación que se produce en la suavidad del cielo, desde el horizonte hasta el cenit, en cualquier estación del año o a cualquier hora del día.
Nada de eso fue recogido jamás por el pintor: era, sin duda, testigo atento de ello, pero su mente no estaba allí porque, para él y sus contemporáneos, tanto la nube como la puesta del astro eran debidos a la obra de las fuerzas contrarias al orden, que producen la perturbación o las tinieblas.
Toda la decoración de las escenas representadas destaca, pues, sobre un fondo irreal, la atmósfera de otro plano, que es el del mito y el de las fuerzas ocultas.

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