Cada uno de ellos mide más de dos metros de altura. En el interior existe una primera sala con ocho pilares osiríacos y relieves que narran la victoria del faraón en Kadesh, sobre los hititas; de ella se pasa a otro espacio más pequeño que hacía el servicio de sala hipóstila y aún hay una tercera excavación cuadrada que corresponde al santuario. El otro speos es mucho más pequeño y fue labrado para glorificar a la esposa de Ramsés II, la reina Nefertari, que aparece esculpida en su fachada, junto a las estatuas de su esposo y de la diosa Hathor.
La gran presa de Asuán, cuya primera fase fue inaugurada en 1965, hacía necesario cubrir este valle con las aguas del inmenso embalse. Esto obligó al gobierno egipcio, con el apoyo de la UNESCO, a trasladar los templos y reedificarlos en un promontorio cercano, más alejado del río, donde se encuentran actualmente. El 1968, una empresa alemana, en colaboración con otras sociedades internacionales, cortó en gigantescos trozos cúbicos todo el acantilado de Abu Simbel en el que estaban excavados los templos, y lo volvió a montar, pieza a pieza, en su nuevo emplazamiento.
En cuanto a la arquitectura civil, no debía de ser tan espléndida en el Egipto tebano ni tampoco tuvo el carácter de permanencia de los templos. Muchas veces los palacios estaban edificados exclusivamente de ladrillo.
Las obras de fortificación de las ciudades debían de ser bien poca cosa. Egipto estaba defendido por su propia situación geográfica, y el único punto débil residía en el istmo de Suez. Aunque por allí podía ser conquistado fácilmente por una banda de orientales, como fue la invasión de los hiksos.
Una vez forzado el istmo, después de una batalla desgraciada en que el faraón hubiese arriesgado todas sus fuerzas, irían cayendo una a una todas las ciudades, sin defensa suficiente.
Los viajeros griegos confirman esta opinión porque al regresar a su patria, impresionados hondamente por el esfuerzo gigantesco que representaban los grandiosos templos egipcios, apenas hablan de las ciudades y palacios.
Quedan, en cambio, algunos restos de los castillos o fuertes que los egipcios construían con objeto de prevenir toda sorpresa por parte de los enemigos del país. Más tarde, cuando con sus campañas en Siria, Egipto se puso en contacto con los pueblos orientales, aprendió a proteger sus fortalezas con fosos y reductos avanzados.

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