De la mastaba a la Gran Pirámide  

Con la III Dinastía se realiza una gran transformación en Egipto, que se refleja en el sepulcro. Este gran cambio es el motivo de que los historiadores coloquen aquí el inicio del primero de los grandes períodos del Egipto faraónico: el llamado Imperio Antiguo. Debió de ser una reforma religiosa que no trascendió al bajo pueblo -siempre devoto de Osiris-, pero que se impuso entre los grandes, magistrados, funcionarios y, sobre todo, los miembros de la familia real. Sin repudiar enteramente a Osiris, estas clases superiores se entregaron, con un fervor que les llevó a ejecutar grandes obras, a otro concepto religioso, mejor dicho, a otro sistema filosófico: el de Ra. Desde tiempo inmemorial se había ido formando un verdadero sistema cosmogónico en el santuario de On, que los griegos llamaron Heliópolis, centrado en la idea de Ra, el dios solar. Osiris, con su popularidad, era la causa de que se le hubiese relegado a segundo plano, pero hacia el año tres mil antes de Jesucristo un faraón llamado Zoser, de la III Dinastía, aconsejado por su visir Imhotep, se interesó intensamente por el concepto de Ra, mucho más elevado que lo era el de Osiris, y lo impuso a los miembros de su familia y de la corte. Desde entonces el sepulcro ya no fue un antro subterráneo, sino una construcción al aire libre: los faraones fueron enterrados en pirámides, porque aquellas paredes en pendiente, son el símbolo del mundo, dominado por el vértice o cúspide, donde está Ra en su barca solar. La misma pared de la pirámide tiene una pendiente de 51º, la más a propósito para deslizarse el alma en su viaje a lo alto para unirse con Ra, y desde allí contemplar el suelo iluminado por sus rayos.
Por esto, a partir de Zoser, y en las dinastías subsiguientes, los monumentos funerarios egipcios son de dos tipos: las tumbas comunes, para los altos funcionarios, que se ha convenido en llamar masta-bas, y las tumbas reales, cuyo elemento principal es la pirámide. La pirámide de Zoser, en Saqqarah, es escalonada. Sugiere una mastaba gigantesca sobre la que se ha edificado otra menor, y encima de este piso, otro y otro... hasta siete. Así este primer experimento de pirámide aparece como una evolución por multiplicación y superposición de la forma de mastaba, que se abandonó recelosamente para los sepulcros reales. El autor de esta innovación fue probablemente el visir Imhotep, arquitecto y módico del faraón Zoser.
Por otro lado, no es extraño que hayamos empezado a hablar de tumbas al referirnos al Imperio Antiguo. La obsesión de esta época es la muerte. Todo el arte de aquel período gira alrededor de este eje hasta llegar a la expresión plástica de severa ele-mentalidad que es la pirámide, cristalización de la aspiración hacia lo alto.
Las excavaciones de Mariette en la plataforma de arenas que se extiende por la orilla derecha del Nilo, cerca de Menfis, pusieron al descubierto una de las necrópolis más importantes de la capital del Bajo Egipto.
El aspecto general de esta ciudad de los muertos ya había llamado la atención de la comisión francesa de la campaña napoleónica."Hasta el pie de las grandes pirámides se distinguen enterradas en la arena una gran cantidad de construcciones rectangulares y casi oblongas, completamente orientadas." Se trataba de las mastabas, que recibieron esta denominación del nombre egipcio mastaba, que quiere decir sofá, puesto que tienen, efectivamente, la forma de un diván.
La exploración de las mastabas de la necrópolis de Menfis ha suministrado los principales documentos para el estudio de las primeras dinastías.
La mastaba continúa siendo una sepultura del tipo de cámara, pero además de esta primera cámara, accesible por una puerta única, donde se suponía que tenía que habitar el doble o espectro, reproducido en la pared por medio de pinturas o esculturas en relieve, la mastaba tiene una segunda cámara subterránea, de acceso disimulado en las paredes, a la que se desciende por un pozo y la cual contiene la momia.
Así se procuraba impedir la violación del cadáver, aunque una primera inmortalidad se conseguía ya con el sinnúmero de estatuas y figuras que perpetuaban la imagen del doble. En las salas de los museos occidentales, ellas procuran hoy, con nuevo sentido, la inmortalidad artística de los personajes a quienes hubieron de asegurar su segunda existencia una vez difuntos; por ellas viven todavía, en cierto modo, los altos funcionarios, sacerdotes y generales contemporáneos de los faraones que construyeron las pirámides. Todo el pueblo de la capital dormía en la necrópolis de Menfis: la gente pobre, enterrada en las arenas con sus momias superpuestas a millares; los grandes ciudadanos, en las mastabas, y los faraones, en sus tumbas colosales de las pirámides.
En las cámaras sepulcrales de las mastabas es frecuente encontrar los muros cubiertos de relieves muy bajos, pero de una prodigiosa finura al describir los cuerpos humanos. Estos relieves policromados cuentan la vida del difunto. La familia, el trabajo, los placeres, toda la sencilla existencia de este pueblo pacifico aparece a los ojos claramente expuesta mediante la típica representación figural egipcia (rostro y piernas de perfil, torso de frente) de que hablábamos antes. Este sistema representativo contrasta con la rígida frontalidad de las estatuas exentas, de las que se hará referencia después, y con el hecho de que las representaciones de animales escapan a la norma del sistema. Es evidente que los egipcios utilizaban esta convención figurativa porque preferían -quizá por ser más clara y explícita- la representación del cuerpo humano que resulta de la misma. Algunas mastabas de la V Dinastía, como la de Mereruka y las de Ti y Pta-Hotep, en Saqqarah, son maravillosas contribuciones de los escultores del Imperio Antiguo al tesoro artístico de la humanidad. Sus delicadísimos relieves no han cesado de deslumhrar.
En la mastaba de Ti hay escenas pastoriles en las que se ven a los vaqueros ordeñando a los animales con las patas traseras atadas, para mayor comodidad, mientras los becerros atados a un arbusto mugen por sus madres; más allá, los segadores y gavilladores, sumergidos en la luz de Egipto, y en otro lugar los cazadores, provistos de arpones, navegando en ligeros esquifes y persiguiendo a los hipopótamos que nadan en el río; todo un mundo de pájaros que cantan ruidosamente se esconde entre los cañaverales y tallos de los papiros que crecen en el agua.
Se podrá pensar que tales escenas bucólicas son poco a propósito para el sepulcro de un gran personaje del Estado, pero el amor por los animales y por la vida del campo es una constante en tales monumentos.
Las pirámides han necesitado menos retratos y objetos de ajuar funerario que las mastabas. Los faraones, devotos de Ra en sus grados superiores de iniciación o adopción por el dios solar, no necesitaban tantos medios para defenderse de la destrucción y la muerte.


relieve mastaba

Relieve policromado de la mastaba de Ti (Saqqarah). Representa la escena del sacrificio de un toro en el matadero. Todas las clases sociales, todos los oficios, están registrados en plena actividad en las paredes de esta tumba, denotando a veces un fino humor y otras una crudeza vulgar.