El vínculo religioso establecido por los antiguos egipcios entre la vida y la muerte los indujo a la construcción de edificaciones destinadas a albergar los restos de los difuntos de mayor prestigio social -faraones- para asegurar su buenaventura en el otro mundo. Los primeros edificios erigidos con esa finalidad fueron las mastabas, donde se sepultaba al fallecido junto con sus vísceras, conservadas en recipientes llamados vasos canopes.
El primero en trascender estas construcciones fue el faraón Zoser, quien ordenó al prestigioso arquitecto Imhotep la construcción de una pirámide de características colosales. Llamado también Imutes, Imhotep ejercía además el cargo de escritor y visir en la corte de Zoser, junto con el de médico y sumo sacerdote de Heliópolis. Por él se sintió tanta admiración que llegó a ser divinizado como dios de la agricultura.
La pirámide de Zoser es la primera gran construcción funeraria que se conserva del antiguo Egipto (2700 a.C), y está emplazada en Saqqarah, la necrópolis de los faraones de las primeras dinastías.
La gran obra sigue los planteamientos teológicos del propio Imhotep, que postulaban la creencia de que la forma escalonada de la construcción servía como acceso directo a través del cual el monarca podría alcanzar el reino de Ra.