Al mismo tiempo, cual floresta espesa, crece la hagiografía pictórica o escenas de las leyendas del santoral. Desde luego son los santos de la Iglesia griega los que procuran los temas preferidos. Para empezar, los cuatro santos principales: San Basilio, San Juan Crisóstomo y los dos Gregorios; pero, además, se concede gran atención a los mártires y confesores de Oriente y Egipto.
Es interesante seguir la evolución de los estilos de pintura después de la querella iconoclasta. Se van añadiendo a las composiciones fijadas de antemano elementos anecdóticos, figuras secundarias, comparsas que llenan las escenas hasta hacer difícil reconocer su necesidad dentro de los cánones pictóricos. Las figuras se alargan y retuercen. Se ve que el artista, falto de libertad para ordenar la composición, tiene que encontrar un desahogo natural en la violencia de los gestos. Las santas personas gesticulan en lugar de hablar; se agitan en vez de moverse.
En realidad, no resulta exagerado afirmar que, bajo los Paleólogos, la pintura religiosa bizantina experimenta un verdadero renacer durante el siglo XIV, que se revela en los frescos que decoran, en Mistra, la iglesia de la Peribleptos, o, en Constantinopla, el templo de Kariye-Cami, con su dinámica y mayestática representación del Descenso al Limbo.
Esta versión de la Anastasis, pintada hacia 1310 en el ábside del paraclesion (capilla funeraria aneja a la iglesia principal) es una obra maestra de la pintura de todos los tiempos, comparable a los frescos de Giotto, en Padua, que son casi contemporáneos. Los mosaicos que recubren el interior de la Kariye-Cami y los dos nártex que la preceden, de gran calidad, son también obra de principios del siglo XIV.
En cuanto al repertorio de los pintores laicos, destacan, en las estancias del Palacio Imperial, las escenas históricas, los retratos y las florestas o jardines con ramajes. Entre las decoraciones civiles del palacio debieron de figurar asimismo escenas del hipódromo, al cual los bizantinos habían heredado la afición de los antiguos romanos, así como cacerías, cual las que decoraban los edificios de los magnates persas de Oriente.
A falta de ejemplares monumentales de este tipo, hay que imaginárselos por las descripciones literarias, y hasta a veces son las miniaturas de los libros las enseñan algo de lo que eran aquéllos. Así, por ejemplo, las escenas pintadas en el tratado de Nicandro acerca de las plantas venenosas ilustran sobre las decoraciones con jardines, y la crónica miniada de Skylitzés, de la Biblioteca Nacional de Madrid, da idea del tipo de las pinturas de historia, con sus batallas y escenas de las guerras civiles.
Se comprende que los emperadores y patricios bizantinos gustaron intensamente de libros enriquecidos con imágenes. Los Evangelios, el Octateuco y los Salterios debían de tener repertorio fijo, ya que casi siempre eran escogidos los mismos asuntos y siempre estaban representados del mismo modo. Se conservan seis manuscritos bizantinos del Octateuco con miniaturas: dos se hallan en el Vaticano, uno en Florencia, otro en Esmirna, otro en la Biblioteca de Topkapi, en Constantinopla, y otro en el monasterio de Vatopedi, en el monte Athos. Todos reproducen los mismos temas, dispuestos en el mismo orden.
También se ilustró con profusión el Salterio o libro de los Salmos, en los cuales se intercalaban pinturas con escenas de la vida de David, con alegorías místicas de los combatientes y la beatitud del alma sedienta de amor. Tanto los Evangelios como los Salmos son ilustrados con arreglo a dos tipos o series de imágenes. Unos tienen miniaturas de todo el ancho de la página; otros, sólo viñetas marginales. Estos últimos son los que usaba preferentemente el pueblo. Después de estos libros bíblicos, los más notables manuscritos de carácter religioso fueron los santorales, llamados menologios.
Algunos son de dimensiones descomunales; libros imposibles de manejar como volúmenes de uso diario. Eran más bien galerías de imágenes, donde el texto iba a manera de complemento casi innecesario. La vida de aquellos santos, con todos los detalles de sus penitencias y milagros, la sabían de memoria todos los bizantinos. Algunos manuscritos, dedicados a personas principales, van precedidos del retrato del posesor, y tales miniaturas son casi la única fuente de información para imaginarnos el parecido de muchos grandes capitanes y princesas notables de Bizancio.
Respecto a los pintores de iconos, de mosaicos o iluminadores de manuscritos, se han conservado pocos nombres y muy pocos detalles biográficos, excepto de los que perecieron como mártires durante la persecución de artistas y pinturas. En el menologio o santoral del propio emperador Basilio II, las grandes miniaturas van firmadas por ocho artistas diferentes, dos de los cuales se titulan de las Blaquernas, esto es, pintores del Palacio Imperial, donde habría un scriptorium, o taller de manuscritos. Cada artista conserva su estilo.
Las ilustraciones de los santorales bizantinos, o menologios, presentan el curioso detalle de repetir bastante a menudo en el fondo el mismo cuadro arquitectónico, como si fuera un telón, y aun a veces se repiten las arquitecturas de los lados, las cuales avanzan a modo de bastidores. Esto ha hecho creer que lo que pintaban los miniaturistas eran escenas de teatro o de representaciones semiteatrales, de misterios. Hay referencias a estas representaciones de carácter religioso en Constantinopla; más todavía: se han conservado los argumentos que puntualizan el orden de las escenas de cinco de ellos, pero no hay ningún manuscrito con el libreto completo, y quedan dudas de si, realmente, podría llamarse a estos misterios bizantinos obras teatrales.
En las miniaturas de las Homilías, de cierto monje Jaime o Jacobo, se ha creído ver la corte entera representando en los salones del Palacio Sagrado escenas de la vida de Jesús y de la Virgen. Esta promiscuidad de los jefes de Estado y su corte con las divinas personas no debe extrañar al cabo de ocho siglos de civilización puramente eclesiástica. En un manuscrito de las Homilías de San Gregorio Nacianceno que perteneció a Basilio II, siempre que hay que representar a Jesús aparece con la cara del monarca.
Octateuco (Topkapi Saray, Estambul). Miniatura del siglo Xll que describe en una secuencia de extraordinario ritmo narrativo, cómo una serpiente con patas tienta a Eva, cómo Eva convence a Adán y finalmente cómo ambos comen del fruto prohibido. A pesar de que el Octateuco (los ocho primeros libros del Antiguo Testamento) fue el manuscrito bíblico más corriente, sólo subsisten seis ejemplares de Octateucos bizantinos. Se sabe que éste fue realizado por un scriptorium imperial y que intervino en él un hijo de Alejo Comneno (1081-1118).
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