En el centro de Italia, en la zona encuadrada entre los ríos Arno y Tíber y la costa mediterránea se hallaban ubicados los etruscos, enigmático pueblo que desarrolló una floreciente civilización a partir del siglo VIII antes de Cristo, tras una larga etapa de asentamientoy formación.
Estos etruscos, debido a diferentes rasgos culturales, además de su singular idioma y escritura, muy pronto acapararon la atención de los antiguos historiadores, al evidenciar que diferían sensiblemente de las poblaciones itálicas, en medio de las cuales desarrollaron su historia continuadora de la villanoviana, cultura ésta que cubrió un gran área geográfica de la actual Italia, que desde las llanuras del Po por el norte llegaba a alcanzar el Lacio y la Campania.
¿Cuál fue su país de origen? ¿Llegaron a Italia por vía marítima o terrestre? O, por el contrario, ¿fueron autóctonos, pero aculturados por gentes venidas de Oriente? Estas preguntas, por desgracia, todavía no han encontrado una respuesta satisfactoria. No obstante, se han lanzado varias hipótesis que postulan distintos orígenes geográficos y caminos de expansión.
El padre de la Historia, el griego Heródoto, hacia la mitad del siglo V antes de nuestra era, contó en su Historia que los etruscos eran originarios del Asia Menor, concretamente de Lidia (región de la costa oriental de Turquía) y que el motivo de su emigración, en el siglo XIII precristiano, se vio condicionado por la carestía de víveres que azotó aquella región. También, nuestro filósofo Séneca en su Consolación a Elvia escribió que Asia reclamaba la paternidad de los túseos, es decir, de los etruscos.
Sin embargo, Dionisio de Halicarnaso, retórico griego de tiempos de Augusto y que vivió en Roma, sostuvo que los etruscos, dada su antigüedad, eran autóctonos, esto es, itálicos, no venidos de tierras foráneas.
Por si esta confusión fuera poca, algunos historiadores modernos han aventurado una tercera tesis, basada en una interpretación de un pasaje de la obra Ab Urbe condita del historiador romano Tito Livio. Tal interpretación -errónea a todas luces-dio como resultado que los etruscos eran nórdicos y que establecidos en los Alpes pasaron a Italia hacia el siglo V a.C. Para uno de los más eminentes etruscólogos de todos los tiempos, M. Pallottino, el origen geográfico de los etruscos carecía de importancia.
Para dicho estudioso no se debía buscar el origen geográfico y hacer del mismo algo fundamental, sino profundizar en la formación de tal pueblo. Y aquella formación, de acuerdo con la arqueología, se efectuó en Italia. En numerosos lugares itálicos, a los inhumadores eneolíticos se les habían superpuesto los protoitálicos incineradores (villanovianos), quienes, gracias a los influjos orientalizantes, habrían originado la cultura etrusca. Italia sería, pues, la cuna histórica de los etruscos.
No obstante, recientemente se vuelve a sopesar el origen oriental de los etruscos, pues muchos de los aspectos de tal civilización contienen rasgos de indudable origen oriental (tipos de vestido y calzado, revelación sagrada, prácticas adivinatorias, aruspicina, demonología, inhumación de los cadáveres).
Incluso el nombre de Rasenna con el que se llamaban aquellas gentes era de raíz netamente oriental, al igual que la palabra Tyrrenos, que evoca un topónimo y un antrónimo del Asia Menor, aparte de numerosos factores lingüísticos que hacen pensar en un contacto o dependencia de elementos asiáticos y que se evidencian en la importante y famosa Estela de Lemnos, así como en el denominado Hígado de Piacenza un instrumento de tipo religioso manejado por los arúspices-, además de otros aspectos sociales, religiosos y artísticos que salpican de orientalismo el mundo etrusco. ¿Tenían razón Heródoto y Séneca?
A pesar de los avances dentro de la lingüística, permanecen sin descifrar el significado de la mayor parte de las palabras etruscas, las cuales no presentan ninguna dificultad en cuanto a su grafía y lectura. Es decir, el etrusco se puede leer, pero no comprender.
Escribieron contrariamente a como lo hacemos nosotros, de derecha a izquierda y en muchos casos sin signos de puntuación, juntándose unas palabras a otras, no faltando textos escritos en doble dirección. Su alfabeto, derivado del griego arcaico, carecía de la vocal o y de las consonantes b, g y d. Consta de 26 letras, que comprenden las 22 del alfabeto fenicio más las cuatro añadidas por los griegos. Los etruscos difundieron luego su alfabeto entre los óseos, umbros, vénetos y latinos, difundiéndose así, gracias a ellos, la escritura por toda Italia.
En cuanto a los textos conservados (se conocen unas 13.000 inscripciones), su contenido es variado, si bien su extensión es poco significativa salvo algunas excepciones. Hay textos de naturaleza religiosa, destacando sobre todos el llamado Líber linteus de Zagreb, con unas 1.350 palabras rotuladas con tinta sobre un gran tejido de lino, rasgado luego en vendas y empleado como una envoltura de momia egipcia, que recogen, al parecer, cuatro ceremonias rituales. A este documento le sigue la Teja de Capuacon unas 390 palabras, que incluyen un calendario litúrgico, y la Lámina lenticular de Magliano con 70 palabras, asimismo de contenido religioso-funerario.
También se conocen textos de naturaleza jurídica y sacerdotal, sobresaliendo la fundamental Tabula Cortonensis, dada a conocer en 1 999 y consistente en una lámina de bronce, fragmentada en ocho pedazos con un total de 206 palabras, cuyo contenido ha sido interpretado de diferentes maneras por los especialistas. Asimismo, debe citarse el Cipo de Perugia de 190 palabras, alusivas tal vez a propiedades limítrofes y a servidumbres de aguas.
No obstante, la mayoría de la documentación etrusca se centra en textos funerarios, inscritos en paredes de tumbas, sarcófagos, estatuas y estelas. Hay que reseñar el epitafio de Laris Pulenas, importante personaje de la localidad de Tarquinia, que contiene 59 palabras alusivas al elogio fúnebre del finado, y sobre todo la ya citada Estela de Lemnos. Mención aparte merecen las llamadas Láminas de Pyrgi, tres ejemplares de oro, con un texto en fenicio y otros dos en etrusco, documentos creídos en su día como la clave para el desciframiento de la lengua etrusca.

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