Giovanni Pisano y Arnolfo di Cambio

 

Seguramente el viejo Nicola sería llamado a Pisa con urgencia, por sus conciudadanos de adopción, para dirigir los nuevos trabajos de las partes altas del baptisterio. Consta de una manera positiva que Nicola estaba en Pisa por aquel tiempo y que, cuando su hijo Giovanni llegó de nuevo a la ciudad para construir el Camposanto, el viejo maestro, restaurador glorioso del arte de la escultura en Toscana, había muerto hacía dos años.
La obra del Camposanto muestra todavía hoy la firma de loannes magister encima de la puerta de entrada; una Virgen, colocada sobre la misma puerta, da también testimonio, con su estilo, de la intervención del maestro en aquel edificio. Esta Virgen y otra casi gemela que labró Giovanni Pisano para la capilla de la Arena de Padua muestran que, a pesar de su gran talento y de su genio, no se dio cuenta de lo que representaba la renovación iniciada por su padre. Son dos Vírgenes góticas, casi francesas, y si Giovanni imprimía a estas madonas y a los niños carácter italiano, es debido más a los modelos que al artista.
De todos los discípulos de su padre, Giovanni era el menos dispuesto a seguir sus lecciones de serenidad y calma, sacadas del arte antiguo. A medida que fue olvidando lo que había aprendido de Nicola, su genio violento y descompuesto se manifestaba sin traba alguna. Buen indicio de su temperamento es que Giovanni fuera llamado a Padua para labrar las esculturas que debían adornar la capilla de la Arena.
Allí Giotto estaba pintando los muros de la capilla, y huésped de los Scrovegni, señores de Padua, fue también Dante. Es posible que los tres artistas más grandes de aquella época coincidieran mientras residieron en Padua. Giovanni, además de la Virgen, que se conserva aún colocada en el altar, esculpió dos ángeles que le hacen custodia y el retrato del señor de Padua, Arrigo Scrovegni, en pie y orando. Giovanni debió de trabajar en otras obras, que precisamente por tener tanto de personal y tan poco de clásico fueron desmanteladas y dispersadas por los renacentistas de los siglos XV y XVI, que no las apreciaron debidamente.
En 1301, cuando Giovanni Pisano tendría unos cincuenta años, firma con su nombre el pulpito de la iglesia de San Andrés, en Pistoia, que tiene aún, después de casi medio siglo de separación, la misma forma hexagonal que el pulpito primero de Nicola, en el baptisterio pisano. Mas ¡qué retroceso!, podría decirse ¡en el camino de restaurar la belleza clásica! Las figuras de Giovanni se revuelven en los plafones de la baranda del pulpito de Pistoia, agitadas por una tempestad de trágicas pasiones.
Hasta en las escenas de paz, los personajes parecen esforzarse en disimular un tormento extraño que padecen bajo su aparente reposo; por esto cuando el escultor ha de representar las grandes tragedias de la degollación de los inocentes o del sacrificio de la cruz, la descomposición de aquellas figuras no tiene límites; el tumulto de las escenas excede de toda ponderación. Ni aun en las representaciones más dolorosas de la Edad Media gótica la escultura ha conseguido nunca expresar el sentimiento intenso de los relieves de Giovanni de Pisa. Por esto, dentro de la evolución del arte, el maestro nuevo no tuvo continuadores, porque nadie pudo imitarle en aquel estilo.
Deja, es verdad, hijos y discípulos, pero éstos tienen que acudir a la fuente purísima de su abuelo Nicola o, indirectamente, ir a recoger la herencia que conservaba Arnolfo, el discípulo florentino. Debido a los excesos artísticos de Giovanni y al temperamento más ecuánime de Arnolfo, la escultura del Renacimiento, que en rigor comenzó siendo pisana, se desarrolló en Florencia en pleno siglo XIV.

 

Virgen con el Niño

Virgen con el Niño, escultura en mármol de Giovanni Pisano, en la capilla de los Scrovegni de Padua.

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